Siempre explico que me resistí al embrujo de Los hombres que no amaban a las mujeres, el primer tomo de la trilogía Larsson. Fue la perseverancia de mi mujer la que me hizo superar la página 50 para luego, absolutamente deslumbrado, entender la fascinación que aquel magnífico libro generaba. Ha vuelto a suceder; y os insistiré como entonces mi esposa hizo: La sustancia del mal, al inicio, parece una novela tan solo destinada a gente que ama la escalada, la alta montaña, las excursiones o la BTT; la medicina, también, e incluso la televisión. Pero hay que superar ese inicio y progresar. Y el libro os iluminará salvajemente y entenderéis por qué se ha traducido a más de 30 idiomas. Pues, como decía más o menos Pierre Lemaitre, en literatura, el crimen es tan poderoso como el amor. Y (aquí) hay mucho de ambos.

La sustancia del mal es -claramente- un whodunnit, un rompecabezas detectivesco que se rige por tres criterios: el crimen es un enigma, la resolución es el proceso, desvelar la autoría el objetivo; el investigador será un amateur y dispondrá (como el lector) de los mismos datos y posibilidades de resolverlo; y -finalmente- la identidad del asesino o asesinos no se nos revelará hasta la última página. Por entre medio gozaremos de múltiples indicios, líneas de sondeo que son un atolladero, giros inesperados y escenas de magnífica ternura en oposición a otras de gran tensión y discreta elegancia narrativa.

¿Similitudes con La verdad del caso Harry Quebert? Sí, en que os lo pasaréis igual de bien, pese a que aquí no hay ningún síndrome de página en blanco. Será para muchos un libro sorprendente y una obra de eclécticas influencias, que el mismo autor registra: Jeffery Deaver, Jo Nesbo, Stephen King.

MAGNÍFICO DECORADO / Toda la trama goza de un único y magnífico decorado: los Dolomitas, la montaña carismática del Tirol, la majestuosa cordillera alpina, sugerente e implacable. Es la dimensión amenazadora de la naturaleza que Arthur Machen describió -maestro romántico- en sus libros. Y el Bletterbach, un cañón arcaico y galería de fósiles, 8.000 metros de largo y 400 de profundidad, maravilloso parque alpino, museo al aire libre de la formación del planeta, donde los temporales martillean la tierra y escenario de la mutilación en masa protagonista del libro, una incógnita matanza que como una maldición contamina (a lo largo de 30 años) la memoria de un idílico paraje con el eco de la imborrable sospecha.

Y el otro protagonista es un foráneo, el esposo de una joven del valle, un norteamericano que sufre el choque de los usos sociales y culturales, un documentalista atónito por un trauma en la nieve y que carga sobre sus hombros todo el peso de sus remordimientos. Las villas típicas y los parajes espléndidos deberían sosegar los dolorosos recuerdos pero despertarán la necesidad de redención, la búsqueda de los homicidas y el compromiso con la verdad. Todos serán presuntos homicidas: los vecinos, la familia, un monstruo antediluviano y... el diablo, ¿como una metáfora o una figura al fondo? El mal difuso, esquivo, nunca muy evidente, en la negrura.