Tomo prestado el título de una película de Hitchcock, aunque en español, Pánico en la escena, se perdiera el doble sentido del original: Stage fright podía significar, ciertamente, eso, pero también Miedo escénico, que es un concepto que viene de lejos. Ahora se ha puesto levemente de moda en España con la retirada del directo de la cantante Pastora Soler y el extraño episodio, entre mareo y ataque de pánico, protagonizado por Joaquín Sabina durante un concierto en Madrid que tuvo que acabar antes de tiempo. De la misma manera que la gente pasaba del sida que daba gusto hasta que la diñó Rock Hudson, es posible que ahora el miedo escénico mantenga entretenida a la prensa y a sus lectores durante unos días.

De todos modos, lo de Soler y Sabina son excepciones cuando deberían ser la regla. Por mucho que te sientas querido por tu público --si no cuentas con eso, mejor suicídate: no hay nada más triste que una audiencia que no te ríe los chistes o te abuchea porque tu condición de telonero le retrasa el momento de disfrutar de sus ídolos--, salir a un escenario requiere un valor indudable. Jacques Brel se tiró toda su carrera vomitando antes de cada concierto, de puro terror, cuando todo el mundo lo consideraba un animal de escenario, un histrión que disfrutaba con su desmesura. Gato Pérez, era un buen cantante, un músico estupendo y un letrista formidable, pero no le gustaba actuar, no se sentía cómodo subido a una tarima y solo lo hacía porque nadie como él podía defender sus canciones. Si revisamos sus grabaciones en video, veremos siempre a un tipo que canta mirando hacia otro lado y que parece desear estar en cualquier otra parte. Algo parecido le ocurría a Carlos Berlanga, que nunca estuvo a gusto en un escenario: componer y grabar le parecía magnífico, pero le repateaba dar la cara.

Aunque nadie lo diría ante su aspecto de macho alfa, Axl Rose, líder de Guns'n'Roses, sufría un pánico a la escena de no te menees y solía amenazar a la banda con unas espantadas que, afortunadamente, se resolvían con un retraso monumental a la hora de empezar el concierto. Lo mismo le ocurrió en el 2009 a Robbie Williams, otro que parece ir sobrado, cuando interrumpió una gira mundial porque no podía con su alma. Lana del Rey pasa unos terrores tremendos antes de cada actuación --ella lo achaca al tránsito de los clubs de sus comienzos a los estadios--, y Adele tuvo que someterse a hipnosis para reunir el valor necesario para cantar en una entrega de los Oscar (previamente ya se había saltado unos Grammy por el mismo motivo).

Aunque es posible que la palma al miedo escénico se la lleve Barbra Streisand, que se olvidó de la letra de una canción durante un concierto en 1967 y tardó otros 27 años en volverse a subir a un escenario, cosa que le agradecimos todos los que abominamos de The way we were, pero que causó honda preocupación entre sus millones de seguidores.