LA CORTEDEL ZAR ROJON Autor: Simon SebagEditorial: CríticaPáginas: 854Precio: 29,90GULAGTraducción:Magdalena ChocanoEditorial: DebatePáginas: 670Precio: 25Stalin fue un seductor, fascinante y terrorífico, dotado de un don de gentes envidiable. Esa es la conclusión del historiador británico Simon Sebag en La corte del zar rojo tras estudiar la correspondencia personal del líder soviético, los escritos de sus allegados y la memoria de los descendientes de su círculo íntimo. Más claro: "El fundamento del poder de Stalin dentro del Partido no era el miedo, sino el encanto".Para sus camaradas, incluso para aquellos que sufrieron la represión, Iosif Vissarionovich Dzhugashvili (1878-1953), hijo de un zapatero que "le zurraba sin compasión" en una pequeña aldea de Georgia, "más parecida a Sicilia que a Siberia", era una persona accesible, entrañable, hipocondriaca, inteligente, astuta... Un genio político sin parangón que extendió la revolución soviética desde Berlín a Vladivostok, desde el Artico al mar Caspio y hasta China. Stalin, seudónimo que significa hombre de acero, fue un personaje forjado en la fe absoluta en el partido leninista como instrumento invencible de la revolución social, en la terrible experiencia de la guerra civil que asoló Rusia después de la revolución de octubre de 1917 y en la misión fáustica de modernizar a toda máquina el país sin reparar en los costes sociales y humanos.Si La corte del zar rojo ofrece el retrato íntimo y revelador del núcleo estalinista, la investigadora del periódico The Washington Post Anne Applebaum describe minuciosamente en Gulag. Historia de los campos de concentración soviéticos (último Premio Pulitzer de ensayo) la experiencia vivida por millones de personas en el sistema penitenciario y semiesclavista que Stalin desarrolló a partir de las cárceles revolucionarias creadas por Lenin y de una policía política, la Checa, que antes de dar origen al mítico KGB llevó la sigla NKVD. He aquí algunas luces y muchas sombras del seductor y terrorífico sistema estalinista.LA GUERRA CIVILLa revolución bolchevique de 1917 dio paso a una de las más sangrientas guerras civiles de la historia, entre rojos y blancos que acabarían compitiendo en arrogancia y brutalidad. Stalin, exseminarista, bolchevique de primera hora, profesional del partido desde 1899, desterrado siete veces a Siberia y brazo derecho de Lenin desde 1912, no tuvo un papel decisivo en la revolución, pero sí brilló durante la guerra civil como comisario de la ciudad de Tsaritsin. En la Verdún roja, que más tarde fue conocida con el nombre de Stalingrado, Sebag afirma que Stalin adquirió "seguridad en sí mismo como hombre de acción", aprendió "a gobernar utilizando el terror" y se ganó "la confianza de Lenin y el odio de Trotski". Y aunque fue allí donde forjó su amistad con sus futuros compinches y se casó con Nadia Alliluyeva, jamás olvidaría cultivar la "frialdad" que requería el Partido, siempre por delante de cualquier clase de relación interpersonal: "El elemento personal no vale... ni un pimiento --le espetó al miembro del Politburó Nikolai Bujarin--. No somos un círculo familiar ni una pandilla de amigos íntimos: somos el partido político de la clase trabajadora".LA TORTILLA Y LOS HUEVOSA finales de los años 20, tras tomar el control del partido comunista una vez muerto Lenin y desterrado Trotski, Stalin impuso la colectivización forzosa de la tierra y expropió sin miramientos a los kulacs (propietarios campesinos), lo que llevó la hambruna a la URSS. "La cifra de muertes que cobró esa hambruna absurda, provocada sólo para conseguir dinero con el que fabricar altos hornos y tractores, sería de entre 4 y 5 millones de muertos", denuncia Sebag, para quien "la deportación de otros 15 millones" de campesinos fue "una tragedia sin parangón en la historia de la humanidad". Para Stalin, en cambio, la defensa de la Unión Soviética como patria socialista pasaba por una rápida y mastodóntica industrialización, cuyo "hombre nuevo" era el trabajador de fábrica y no el campesino, reliquia del antiguo régimen. Consciente de la catástrofe derivada de sus planes, Stalin sentenció: "No puede hacerse una tortilla sin cascar los huevos". La mayor tragedia fue que ese modelo sería copiado después por países como China.Las pugnas internas en la élite comunista abiertas con el destierro de Trotski entraron en una espiral de violencia cainita cuando en 1937 Stalin ordenó depurar sin contemplaciones a los "elementos antisoviéticos". La cuota de asesinatos de ese plan quinquenal conocido como

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