Pues sí, las tapas han llegado al Boletín Oficial del Estado, ya que su cultura va a ser propuesta como «Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial». Proceso que conlleva que el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte tenga que justificar, definir y acotar, de alguna forma, dicha cultura de la tapa.

Y, sin que sirva de precedente, acierta en la mayoría de las cuestiones, especialmente cuando afirma que «tan importante es la tapa en sí, como el tapeo entendido como el acto social de ir a consumirla» y reconoce que la tradición está instalada en «todas las regiones [sic] de nuestra geografía».

Correctamente equipara la tapa y el pincho; incluye el concepto de ración, como una especie de tapa compartida; subraya como fundamental las rutas -«No se puede entender la tapa o el pincho sin esta acción de ir de tapas o tapear»- y la toma del espacio callejero en los lugares de aglomeración de bares; entiende el bar como lugar de socialización.

Pero niega, lo que sí puede entrar en contradicción con una realidad creciente, aunque no histórica, el hecho de comer de tapas. Pues escribe el Ministerio, sin que lo tomemos como apología del alcoholismo, que se tapea con «la finalidad de consumir bebidas, básicamente vino y cerveza. El objetivo no es tapear o consumir alimentos, salvo en aquellos lugares que es costumbre poner un pequeño aperitivo, sino juntarse para consumir en común las bebidas». Y es precisamente esa socialización la que le «otorga un importante valor a la hora de plantear el valor patrimonial de las propias tapas». Toma ya.

Reconforta leer en el BOE estas afirmaciones que, por oficiales, no serán apologéticas ni objeto de querella por parte de los fiscales. Lo cierto es que desde aquel «¡Viva el vino!» ya apuntaba maneras este gobierno. Y ahora en tipografía oficial. Que viva, pues, con moderación, como otras sustancias que sí son objeto de polémicas y denuncias.