Y el Getafe ganó al Barça. Raúl Arévalo -director indie y debutante- se impuso en los Goya, venciendo a monstruos como J. A. Bayona, Pedro Almodóvar y Alberto Rodríguez. De los 11 premios a los que aspiraba su tenso thriller, Tarde para la ira, se llevó cuatro, entre ellos el más noble noble -mejor película- y mejor director novel. Bayona, sin embargo, demostró que juega en otra liga al llevarse nueve cabezones (mejor director, sonido, fotografía, montaje, música, maquillaje, efectos especiales, dirección de producción y de arte) con Un monstruo viene a verme, con la que cierra su accidental trilogía sobre las relaciones madre-hijo. «Gracias, papá, por enseñarme a utilizar el lápiz. Gracias, papá, por enseñarme a dibujar», exclamó el director barcelonés en un discurso en el que, una vez más, remarcó la importancia de la cultura en la vida cotidiana.

Con el espaldarazo a Tarde para la ira, los académicos dan así la bienvenida al mundo de la dirección al popular actor, cuyo emocionado rostro lo decía todo en una ceremonia en la que hubo pullas simpáticas por parte de Dani Rovira, que por tercer año consecutivo ejerció de maestro de ceremonias. El callo que tiene el malagueño como monologuista le hizo aprobar, de nuevo, el examen y consiguió una ceremonia más blanca y más ágil, con un arranque simpático en el que lanzó dardos y elogios a partes iguales a los nominados y criticó, muy levemente, a los políticos presentes en la gala, entre ellos, el ministro de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo.

Especialmente aplaudido fue el tono de Rovira cuando pidió más presencia de mujeres en la industria del cine y en todas las industrias en general. También conquistó sonrisas cuando, tras lo ocurrido el año pasado, mostró en la gran pantalla el tuit que acababa de poner: «¿De verdad vais a meteros con esta criaturita?», acompañado de una foto de su tierna infancia.

‘EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS’ / El premio al mejor guion adaptado fue para Alberto Rodríguez y Rafael Cobos por El hombre de las mil caras, que también supuso el reconocimiento del actor Carlos Santos, en el perfecto papel de Luis Roldán. Roberto Álamo le robó el Goya a Eduard Fernandez (Francisco Paesa en El hombre de las mil caras) por su papel de agente mazas y ultraviolento de Que Dios nos perdone, thriller dirigido por Rodrigo Sorogoyen que aspiraba a seis premios y solo obtuvo el de Álamo. Mientras, Emma Suárez hizo doblete (un hito que ya alcanzó Verónica Forqué en 1988) al conquistar el Goya a la mejor actriz por su sufridor papel en la pelúcula Julieta -el único premio que se embolsó el último trabajo de Pedro Almodóvar- y en la categoría de reparto por La próxima piel.

El título de director de cine no se gana con la primera película. Más bien, con la segunda. O tercera. La proeza de Arévalo en los galardones más importantes del cine español, sin embargo, le convierte ya en un cineasta. No es la primera vez que la obra de un debutante consigue el premio más preciado del cine español. Ya ocurrió con Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto (Agustín Díaz Yanes), Tesis (Alejandro Amenábar) y El bola (Achero Mañas).

Entre los galardones que se llevó Tarde para la ira no estuvo uno de los más esperados, el de actriz revelación, que no fue para Ruth Díaz sino para Anna Castillo, la joven coraje que protagoniza la deliciosa El olivo, de Iciar Bollain. Sí que Manolo Solo venció en el apartado masculino por su breve pero intensísimo papel en el thriller de Arévalo.

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