La prestigiosa mezzosoprano Teresa Berganza considera que la ópera sobrevivirá a todas las crisis a las que se enfrente, y se muestra convencida además de que el mundo del canto "no es para las élites con dinero, sino para las élites con cultura".

Así lo asegura en una entrevista en el marco del II Festival Internacional de Panticosa (Huesca), donde concluye hoy unas clases magistrales a un grupo de jóvenes cantantes seleccionados por ella misma a los que escucha con atención antes de aportarles una sabiduría forjada en los principales escenarios de ópera del mundo.

El amor a la música, afirma, le proporciona toda la fuerza necesaria para desarrollar una amplia actividad didáctica que le lleva continuamente de un lugar a otro del mundo y por la que siente una especial responsabilidad.

"Siento esa responsabilidad -señala- porque veo que están destrozando a muchos jóvenes cantantes a los que no se les da una correcta orientación en sus carreras".

Berganza afirma que hay voces en la actualidad con proyección en el mundo del bel canto, pero advierte de que un cantante tiene que ser músico y artista, y no limitarse a tener voz y a dar agudos.

Recuerda que los cantantes tienen, además, que respetar el texto y hacer que se entienda.

Por eso, cuando un cantante exagera o deforma la pronunciación (Berganza engola la voz para simular estos defectos), "a, e, i, o, u... le digo yo", afirma subrayando cada vocal.

Asegura que en España, después de muchos años, la apertura del Teatro Real, el buen funcionamiento del de la Zarzuela o las temporadas de ópera de Oviedo y Bilbao han favorecido la aparición de muchos cantantes, pero considera que el fenómeno de Los Tres Tenores, "que no me acuerdo como se llaman, -ironiza- ha hecho mucho daño y lo sigue haciendo".

"Estos pobres jóvenes... pensar que cantar era tan fácil como eso, como juntarse tres y cantar 'O sole mio', pero el cantante lírico nunca ha cantado con micrófono", enfatiza.

"A mí -subraya- me decía un maestro que tenía que cantar más fuerte, y yo le decía que la partitura ponía piano-pianissimo y que el que tenía que tocar piano era él".

Admite que si se enfrentaba a maestros como el propio Karajan no era sólo porque era "muy atrevida", sino porque estaba al mismo tiempo "muy segura" de su formación y porque "musicalmente no se podían meter conmigo".

Lo cierto es que la nómina de directores con los que ha trabajado Berganza produce vértigo a los aficionados a la música ya que incluye a nombres como Otto Klemperer, Karl Bohm, Karajan, Giulini, Abbado o Mutti, el único de todos ellos vivo y en activo.

Y eso, según cuenta, a pesar de "yo no iba para cantante, porque aunque había cantado toda mi vida nunca pensé que mi profesión iba a ser cantar".

Después de estudiar años de solfeo, piano, órgano, composición y dirección de orquesta, asignatura ésta a la que se colaba de rondón ya que en aquellos años no dejaban a las chicas dirigir, decidió cantar y se puso en manos de Lola Rodríguez Aragón, quien le enseñó no sólo las técnicas tradicionales de la Viardot y de Manuel Rodríguez, sino la alemana de Elisabeth Schumann.

Al finalizar su estudios, Berganza comenzó a ser requerida en todo el mundo y desde entonces, según confiesa, "estoy cruzando los Pirineos", por lo que se considera "una emigrante; de lujo, pero una emigrante".

Conserva muchos recuerdos, como los "bolos" que hacía en España sus amigos, entonces principiantes, Luciano Pavarotti y Mirella Freni, que "venían a España porque no ensayaban, les pagaban mejor que en ningún sitio y además me decían que se comía de maravilla".

Ella, afirma, vino poco a España porque prefería los largos ensayos de hasta un mes que hacía en el extranjero para preparar las óperas, porque "aquello era vivir la música profundamente".

Recuerda que para preparar por primera vez Carmen, una de sus referencias (aunque confiesa no tener papeles favoritos porque "todos son hijos míos"), se leyó la novela original de Próspero Mérimée y anotó todos los rasgos de la protagonista.

"Apunté todo lo que decía Carmen -subraya-, cómo dejaba seco a un hombre con sólo la mirada, su sensualidad y el hecho de que fuera dueña y señora de sí misma; una mujer libre, lo que se lleva ahora".

Inmediatamente piensa en sí misma y añade: "yo no he sido muy libre en ese sentido, porque la religión me ha tenido así (hace un gesto de rectitud con la mano), y bien que lo siento, porque me he perdido unos hombres maravillosos (risas).