El norteamericano David Kidd vivió en China de 1946 a 1950, se casó allí con una rica aristócrata y fue testigo de excepción de la llegada del comunismo. No es exactamente un aventurero, pero este memorable relato de sus experiencias permite admirar las sutilezas de la antigua cultura del imperio enfrentada al empuje revolucionario. Historias de Pekín (Asteroide lo publicó en castellano hace 10 años y ahora se recupera) es una crónica magistral de la pervivencia de la sofisticación milenaria hasta límites inconcebibles en claro contraste con aquellos tiempos revueltos. Tras la huida a Estados Unidos con su mujer, Aimée Yu, Kidd, paradójicamente, no se libraría de la sospecha de filocomunismo, lo que le obligó a marcharse a Japón para convertirse en uno de los mayores expertos en arte oriental, divorciarse de su esposa -que por su lado acabaría siendo una destacada investigadora de la NASA-, salir del armario en lo sexual y acabar, entre otras cosas, como uno de los grandes amigos de David Bowie. El libro tiene una coda de su visita a Pekín en los años 80 de donde surgió todo esto que ahora se narra.