Hasta ahora Yolanda Guerrero solo había escrito cuentos, trabajos que le valieron en 1997 un premio Ana María Matute. Tras abandonar una larga carrera periodística en el diario El País en 2013, Yolanda Guerrero se ha lanzado a la novela con El Huracán y la mariposa, una historia sobre las adopciones fallidas. Estuvo el pasado martes en la librería Cálamo.

—Para su primera novela ha elegido un tema tabú. ¿Por qué?

—Todos creemos que las adopciones son historias maravillosas de amor, que lo son, pero creemos que no tienen escollos ni obstáculos. Las adopciones tratan con un material muy frágil, niños heridos que no siempre sanan con el amor de las familias adoptivas.

—Su novela tiene una clara intención de ayuda a estas familias.

—Estas familias tienen vergüenza a hablar porque creen que son malos padres. Todos los días recibo mensajes de padres que que me cuentan lo mismo, que gracias a la novela descubren que no están solos. Las adopciones fallidas son un problema minoritario, pero hay más casos de los que se cree. Existen asociaciones de padres afectados, e incluso existen asociaciones de hijos adoptados que ya de mayores siguen preguntándose qué les pasó en su infancia.

—En psicología esta tendencia se conoce como trastorno reactivo del apego. ¿En qué consiste?

—Todos tenemos apego, todos hemos nacido sin poder valernos por nosotros mismos y hemos necesitando la ayuda de alguien, que habitualmente también nos ha proporcionado calor y cariño. Crecemos con un hilo invisible que nos conecta con esas personas, y si ellas fracasan en su misión de cuidarnos y nos maltratan, abusan de nosotros, o no nos dan el amor debido, el niño acaba creyendo que todos los adultos son iguales, sin saber diferenciar entre el padre que le falló y el adoptivo. Existe un método para corregirlo, pero en los 90, que es cuando ambiento mi novela, no existía ningún estudio serio sobre este trastorno.

—Tengo entendido que escribió el libro basándose en su propia experiencia.

—En efecto, yo he tenido una experiencia de adopción fallida, y eso me ha servido para poner mucho corazón en la novela. No puedo entender los sentimientos de un niño adoptado pero puedo entender los de la familia de adopción. Conozco el dolor y el rechazo social. No obstante no quería basar la novela en mi experiencia, eso le habría restado valor.

—Más allá de su experiencia personal. ¿Qué testimonios similares ha podido escuchar?

—Los testimonios son estremecedores, mucho más que mi novela. Yo he conocido casos de niños que han acabado suicidándose. También existen casos en los que se ha superado, niños que cuando crecen buscan a su familia biológica. Todo ser humano necesita saber de dónde viene.

—¿Fue difícil ponerse en el punto de vista del niño adoptado?

—Es muy difícil ponerse en ese lugar. ¿Cómo es la vida de alguien que se siente una isla en mitad de un océano? Ese desarraigo provoca un sentimiento de odio hacia todo lo que le rodea que acaba saliendo habitualmente mediante reacciones violentas. Ellos tienen motivos para ello, aunque muchas veces no sepan verbalizarlo. La pataleta de un hijo biológico y la de un adoptado son diferentes, la pedagogía es totalmente distinta. Pretendo que este libro sirva de herramienta para desbloquear esas situaciones.

—¿La sociedad ha hecho oídos sordos a este problema?

—Es necesario que la sociedad se de cuenta de que no puede castigar a una familia que tiene problemas con su adopción tachándola de irresponsable. Estas familias están sufriendo y necesitan ayuda, no una condena. Además no es un problema exclusivo de estas familias, sino de toda la sociedad. Estos hijos adoptivos crecerán y se convertirán en nuestros compañeros de trabajo o nuestras parejas. ¿Qué ocurrirá ahora con estos miles y miles de niños refugiados que han perdido a sus padres en el mar? ¿Qué trastornos desarrollarán?