"Tomeo es Cierzo y Tramontana, gente de Aragón y del universo, escritor y persona, pero siempre nuestro querido Javier". Así despidió Begoña Margalejo, en representación de la familia, al autor de Amado monstruo, aunque también reconoció que para ellos había sido un "pariente y un amigo" antes que un escritor o un "creador de mundos personales".

El cuerpo de Javier Tomeo ya descansa en la tierra que le vio nacer, en el cementerio de Quicena, y a lo lejos, el castillo de Montearagón, por el que demostró siempre verdadera pasión. El camposanto de la localidad oscense reunió a un centenar de personas --entre familiares, amigos, muchos amigos, la mayoría escritores, representantes políticos y vecinos-- que quisieron dar su último adiós al hombre que hasta hace poco "daba nombre a un parque y hoy da renombre a Quicena", aseguró su alcalde, Israel Cortés, quién mostró su emoción "al entregar a su tierra" a este hombre "orgulloso de ser aragonés".

El acto se convirtió en un homenaje al escritor, pero sobre todo al hombre, al amigo. Ellos fueron los encargados de poner nombre a los sentimientos que les acechaban desde el fallecimiento de Tomeo. Luis Alegre, el primero en tomar la palabra, reconoció que "en esta vida es importante saber querer pero también saber despedir" y "esta es la despedida que merecía Tomeo, en Aragón, arropado por colegas, amigos y las instituciones que han sido cómplices del hondo calado simbólico y sentimental de este acto". El escritor "retrató como nadie el absurdo del mundo pero consideraría absurdo no estar aquí porque tenía una adicción sentimental a Quicena y Aragón". De hecho, él decía --contó Alegre-- que "no ligaba con una mujer aragonesa porque sería como un incesto". También lo comparó con Buñuel y Goya, "universal e intemporal", cuyo "prestigio no dejará de crecer" como ellos, y que como con Calanda y Fuendetodos, Javier "puso a su pueblo en el mapa del mundo y de la historia".

Cristina Grande, visiblemente emocionada, leyó un fragmento de El canto de las tortugas sobre un hombre que vuelve al pueblo y habla con sus vecinos, como ayer Tomeo, y descubrió entre sus páginas un dibujo que le dedicó a ella y a Félix Romeo en el año 98. Ismael Grasa, otro de sus grandes amigos, recordó fragmentos de una entrevista realizada donde hablaba de la casa de su abuelo y relató de su bestiario a la ballena azul, un ser "de gran tamaño pero dulces sonidos".

Amante de los tangos, sonó Volver, pero también el Ave maría, de Schubert. El homenaje a Tomeo reunió en la tierra de Quicena a amigos y escritores y editores como Pep Armengol, José Luis Melero, Carlos Castán, Ángela Labordeta, Daniel Gascón, Antón Castro, Ramón Acín, Javier Fernández, José Luis Acín, Eloy Fernández Clemente, Chusé Raúl Aragüés; políticos como Dolores Serrat, Humberto Vadillo, Jerónimo Blasco, Juanjo Vázquez, Ramón Miranda, Antonio Cosculluela, María Victoria Broto o el alcalde de Alcaine, localidad natal del padre de Tomeo.

Al acabar, con el escritor ya en la tierra, con flores sobre él (y con él, depositadas por su sobrinanieta Lucía Claver), sobresalían también la albahaca y una pajarita que alguien había colocado. Y al fondo, el castillo de Montearagón, testigo de todo lo vivido.