Incluso teniendo en cuenta la tendencia de Hollywood a la exhumación nostálgica, la presencia de los Power Rangers en el panorama cinematográfico del 2017 parece un sinsentido. Da igual que el quinteto multicolor de guerreros adolescentes lleven desde 1993 entre nosotros a través de más de 830 episodios de tele repartidos en 24 temporadas y tres largometrajes: los trajes de licra (rojo, azul, amarillo verde, rosa, negro), los robots biomecánicos con forma de dinosaurio que pilotaban para combatir a monstruos gigantes y la especie de Mazinger en que se transformaban cuando unían fuerzas llevaban tiempo desterrados en algún rincón dejado de la mano de Dios de la cultura popular.

También cosa del pasado es la estética gloriosamente barata sobre la que Power Rangers cimentó su nombre y construyó una abrumadora mitología destinada a llenar estanterías en las jugueterías a mediados-finales de los 90. Contemplando el reboot de 100 millones de dólares que hoy llega a los cines nadie lo diría -basta fijarse en los nuevos uniformes, que abandonan la estética de todo a cien para imitar el look de Iron Man- pero en su época dorada, mientras los Power Rangers se enfrentaban a cactus que viajaban en el tiempo, la serie creada por Haim Saban acreditaba valores de producción tan ínfimos que a ratos parecía un vídeo casero.

PRODUCCIÓN INUSUAL / La explicación de tanta tosquedad radica en el inusual método de producción de la serie. No era una ficción original, sino más bien la adaptación, o algo parecido, de un popular programa japonés del género tosukatsu -en nipón, efectos especiales- llamado Super Sentai. Cada episodio de Power Rangers tomaba intactas secuencias de acción de Super Sentai y las mezclaba con fragmentos rodados ad hoc en los que actores estadounidenses protagonizaban tramas estudiantiles que iban completamente a su aire. Las escenas a menudo saltaban misteriosamente de una localización a otra en cuanto los jóvenes se transformaban en héroes y empezaban a ejecutar coreografías de lucha que parecían sesiones de aeróbic.

No es la primera vez que los Power Rangers dan el salto a la pantalla grande. Power Rangers: la película (1995) estaba protagonizada por los mismos actores que la teleserie, pero no usaba metraje reciclado, y Turbo Power Rangers (1997) era poco más que una versión extendida de un episodio destinada a conectar la cuarta temporada de la serie con la quinta.

El nuevo filme va por otro camino pese a que la excusa argumental es la misma que en 1993: unos jóvenes son reclutados por una cabeza flotante gigante que vive en una nave, Zordon -el mismísimo Bryan Cranston-, para proteger el mundo de Rita Repulsa (Elizabeth Banks), una alienígena malvada que estuvo presa en la Luna durante 10.000 años.

Tomando ejemplo de las recientes encarnaciones de Superman y Batman, los nuevos Power Rangers son más serios y oscuros de lo que han sido en la pequeña pantalla. Hablan y se comportan como gente real que tiene sentimientos y a la que el director Dean Israelite ha diseñado con El club de los cinco (1985) en mente.

A lo largo de la película, los jóvenes van aprendiendo el valor de la amistad, la solidaridad y el trabajo en equipo. De hecho, tan interesada está la película en relatar los orígenes de su sociedad que tarda aproximadamente 90 minutos, el 75% de su metraje, en permitir que los Power Rangers se metan finalmente dentro de sus trajes y ejerzan de superhéroes. ¿Qué pensarán de eso los fans de línea dura de la saga, aquellos que probablemente la asocian sobre todo a robots, dinosaurios y macarrónicos movimientos de kárate? A los productores parece tenerles sin cuidado: por el momento, ya tienen planeado rodar un mínimo de seis secuelas.