LA MALA LUZ

AUTOR Carlos Castán

EDITORIAL Destino

PÁGINAS 227

PRECIO 16 euros

Tras haberse ganado una merecida reputación como gran narrador en la distancia corta del relato con Frío de vivir o Museo de la soledad, Carlos Castán ha publicado en Destino su primera novela, La mala luz. El tono que recorre esta obra sigue el que Castán había demostrado ya: un lenguaje elaborado y a la vez afilado como un diamante, una vocación introspectiva en la que el autor guía al lector quizá más allá de donde este último quisiera llegar, y unos escenarios --más vitales que físicos-- donde es fácil encontrar ese frío de vivir y esa soledad a la que hacen referencia anteriores títulos de sus libros.

En un ambiente gris transcurre también esta novela, alumbrada sin duda por esa mala luz con la que concluye, pero que ya aparece en las primeras páginas. Casi toda ella es un viaje al centro de su protagonista, a través de un camino que es también un laberinto donde finalmente él resulta ser el minotauro. El narrador es un hombre al que no le quedan muchos alicientes para seguir existiendo, y que encuentra en su compañero Jacobo a un amigo con quien mirar a la cara y sin contemplaciones a sus propias vidas. La muerte violenta de este amigo será una parada más de esa travesía por la desolación, que a su vez traerá consigo la aparición de una mujer que aparentemente se convertirá en una luz --buena en este caso-- entre tanta tiniebla. Pero cualquiera que haya leído a Carlos Castán puede adivinar que eso no será así en el desenlace.

MUERTO EN VIDA

Desde su contraportada la novela se presenta como "atrozmente romántica" y como "un vertiginoso thriller que se lee en absoluta tensión". Sin embargo, quienes busquen en las emociones de descubrir a un asesino tal vez se vean defraudados. Porque La mala luz no va de eso; más que la investigación de quién ha matado a alguien, Castán indaga en las razones por las que el protagonista --cuyo nombre nunca llegará a conocerse-- es un muerto en vida. Las citas que abren la novela dan ya el tono que el lector se va a encontrar, particularmente una de Paul Celan, que se repite luego varias veces y que define en una frase el mundo construido en el libro: "Estábamos muertos y podíamos respirar".

La trayectoria de Castán como escritor de narrativa corta se deja notar en la estructura de la novela, compuesta de capítulos de sentido cerrado, casi como si fueran relatos en sí mismos. En la mayoría tiene más importancia lo que pasa por la mente del protagonista --diáfanamente expuesto por el autor-- que la acción o el desarrollo de los acontecimientos: reflexiones, recuerdos y digresiones se enroscan en la trama, hasta el punto de que Castán parece olvidarse de ella, más interesado en reflejar esa mala luz que ensombrece en vez de iluminar.

Este sombrío planteamiento podría hacer desfallecer a l lector. Sin embargo, la prosa precisa e implacable de Carlos Castán hace que este catálogo de pasajes bellos y malditos se recorra dejándose llevar por la oscura noticia de lo gris, de lo triste, de lo desesperanzado. La tersura de su escritura seduce a quien se anima a adentrarse en su universo y al final, a pesar de los momentos difíciles, el lector se queda con la sensación de haberse encontrado y enfrentado con una obra de alta literatura, y de haber salido paradójicamente iluminado por una luz mala.