Pepe Cerdá se toma la exposición Aún es siempre, que hoy se inaugura en las salas Goya y Saura del Paraninfo de la Universidad de Zaragoza, como una «fiesta a la que se invita a unos amigos», en este caso sus cuadros, para celebrar sus 40 años de dedicación al arte y 30 desde que pintó su primer cuadro, ya que siempre ha pensado que «las antológicas eran para más adelante».

La muestra, que ayer presentó junto a Yolanda Polo, vicerrectora de Cultura, reúne un total de 77 obras que abordan casi tres décadas de trayectoria, aunque, aseguró, la selección ha sido «fruto del azar, de la casualidad, ya que hay periodos que no están representados». Por ese paso del tiempo Pepe Cerdá mira ahora sus obras como «un espectador», no como creador, y ha descubierto algo que ya intuía. Que antes era más «conceptual y ahora más explícito», puesto que le interesaba más «el qué que el cómo y ahora es al revés». Y lo explica: comenzó «pintando ideas y ahora lo que veo», casi siempre desde su ventana o desde la cercanía de sus casas en Villamayor y el valle del Aspe; por eso, en cierto modo así están situadas las obras, en la sala Goya, sus pinturas hasta este año; y en la Saura, las actuales.

La primera sala se abre con Épervier de ta faiblesse, de 1989, donde aparece una talla aborigen y la pintura va revelando lo que hay detrás; también incluye bodegones donde «desmonta los artificios de la pintura para volverlos a montar».

En un momento de su trayectoria tomó la fotografía como vehículo para lograr su objetivo; y ahí están sus pinturas protagonizadas por «hechos significativos» que «con la tiranía francesa se dejaron de lado otros modernos» que Cerdá retrata. Es el caso del revolucionario mexicano Fortino Samano, del que coge una imagen (de Casasola) y la traduce en pintura. También está Francisco Ascaso o sus amigos Pepe Bosch, Ismael Grasa o Alex Surralles; para pasar después a una serie dedicada a la guerra civil española (Coche sonoro Bayer en la España Nacionalista o Milicias en los Monegros).

PINTAR SIN OBJETIVO / Es entonces cuando se produce un cambio. «Hasta ese momento todo lo que pintaba lo hacía por una razón», pero a partir de entoces era lo que veía al lado de su casa de Villamayor, como el Fumador; pero sin abandonar los los retratos (Ana Santacruz, Fernando Zulaica, Mihail, José), etc… o el dedicado a su amigo Félix Romeo, con el que cierra la trayectoria.

La sala Saura incluye obras creadas este año, salvo dos. Y en ella muestra la zona que mejor conoce, en la que vive, «lo que tengo delante de las narices», dice: el valle del Aspe y las tierras de Villamayor, y ahí alterna lo verde y lo seco; el pirineo francés en diferentes épocas del año; y la estepa zaragozana. «¿Cómo los he pintado?», se pregunta. «Como he podido», se responde. De ahí que también incluya unos borrones (bocetos) que son «apuntes de colores» porque el «problema del color no está resuelto»; y una cámara no logra captar todos los matices para luego trasladarlos a la pintura.