Ai Weiwei, artista cuya única bandera es la beligerancia política, ha pasado un año recorriendo 23 países para grabar a refugiados, seres en tierra de nadie que esperan vivir dignamente en algún sitio algún día. El resultado es Marea humana, un abrumador documental con el que el influyente creador chino quiere lanzar un grito contra los políticos, las instituciones y las personas de la calle que se cruzan de brazos ante esta catástrofe.

En el festival de Venecia, la película pateó el hígado de algunos críticos, que la consideraron narcisista. El artista aparece en algunos planos, se hace un par de selfis, conversa con los refugiados, se corta el pelo con ellos y se intercambia de manera simbólica el pasaporte. Esas imágenes, sin embargo, son mínimas dentro de un filme de casi dos horas y media que nos muestra lo que solemos ver durante cinco minutos en el telediario.

«¿Narcisista? Eso es una visión equivocada. Esto no es una película de ficción, ni de humor negro. Es un documental y mi presencia le da un toque realista. No me siento superior a los refugiados, sino parte de ellos», sentencia Ai Weiwei en la Semana Internacional de Cine de Valladolid, donde se proyectó el filme.

El artista quiere que el público empatice con los refugiados y que no vea solo su dolor, sino su esperanza. Son personas «valientes», dice, que quieren «vivir, trabajar y dar educación a sus hijos». Si las autoridades siguen sin hacer nada por ellos, «el mundo será cada vez más corrupto», concluye el activista, que acaba de instalar en las calles de Nueva York jaulas gigantes para denunciar la crisis migratoria.

Marea humana se fija mucho en los niños, en cómo juegan en medio de la miseria. Ai Weiwei, que hoy vive en Berlín, se identifica con ellos y se acuerda de su infancia, de cómo su padre, célebre poeta, fue acusado de no comulgar con el régimen maoísta y enviado a miles de kilómetros a limpiar letrinas. Enfermó y quedó ciego de un ojo. «Veo a los niños refugiados y me veo a mí mismo», comenta. La película, que se estrenará en España en abril, no mete sus cámaras en China. Tampoco en Suramérica ni España. Pero sí en Siria, Grecia, Irak, México, Kurdistán y Birmania, donde la situación de los sin tierra roza el «genocidio». «Los refugiados son personas, tienen derechos. Y si no podemos solucionar esta crisis, la democracia es una mentira», sentencia.

Weiwei no se separa de su traductor ni del móvil, con el que hace fotos a los periodistas y las sube a sus redes sociales, ámbito que domina. Él es, de hecho, su mejor publicista. ¿Hay algún otro artista que organice una exposición con las radiografías de su cráneo golpeado? Ha sido juzgado por delitos fiscales, prostitución y bigamia. Durante tres años no pudo salir de su país. Así que cuando le preguntan si él mismo se siente como un refugiado, la respuesta está clara: «Sí».