Free Bach 212 comienza con el aria di capo de las Variaciones Goldberg, y concluye en clave flamenca con un texto de poeta mexicano Ivan Leroy advirtiéndonos de que «sin cerveza, en la vida no hay pasión; todo es tristeza». Y en medio de ese fragmento de la obra escrita por encargo para combatir las noches de insomnio del conde Hermann Carl von Keyserlingk, y el final cervecero, La Fura he encajado, combinando su versión historicista con elementos contemporáneos aparentemente alejados del sentido de la música primigenia, la cantata profana 212, de Juan Sebastián Bach, conocida como Cantata de los campesinos.

Si en la cantata 211 Bach armó un fresco de los modales y costumbres de la burguesía, en la 212 retrató de manera burlesca la sociedad campesina de Sajonia. El cuarteto Divina Mysteria (Pavel Amilcar, violín; Letizia Moros, viola; Thor Jorgen, violone, y Andrés Alberto Gómez, clavicémbalo), resuelven con tino la partitura original, cantada por una espléndida Eulalia Fantova (soprano) y un inicialmente desvaído pero más tarde vibrante Juan García Gomá (barítono). La cantaora Mariola Membrives pone un brillante tono flamenco en el conjunto, y el bailarín Miguel Ángel Serrano traza sin aspavientos los variados pasos de baile. Miki Espuma, que comparte la dirección, la idea y el guión, aporta las pinceladas electrónicas y otros sonidos (con un charango y con una máquina de la era industrial); Fernando Bravo es el autor de las esculturas que conforman la escenografía (eficaz, pero discreta para tratarse de La Fura), y David Cid firma los atractivos visuales que se proyectan en la pantalla del fondo.

Tienen ya, pues, con esos datos, un boceto en grueso de esta cantata que transporta la contemporaneidad de Bach a la actualidad y que envuelve visualmente de metáforas el montaje (las vacas, además de símbolo de abundancia y de escasez, aquí no dan leche sino cerveza). Si Bach trufó la obra ahora recreada con músicas populares, La Fura lleva lo popular al territorio flamenco, al rap-rock con Gimme Tha Power, una vieja canción del grupo mexicano Molotov, y a la electrónica. Los diferentes lenguajes artísticos que confluyen en la propuesta no chirrían, ni se aprecia en ella la intención de epatar a toda costa; estamos, pues, ante un espectáculo que combina el rigor con el entretenimiento. La pregunta clave sería si la cantata, por sí misma, necesita de los complementos que le proporciona La Fura. La respuesta es no; pero igualmente es negativa la contestación al interrogante de si esos complementos molestan. La historia de La Fura dels Baus es paradigma de novedad, dificultad, subjetivismo, improvisación, contraste, artificio, fragmentación... Como el Barroco mismo, o sea. Sin duda podría haber dejado a Bach como estaba, y todos felices; pero ha decido, como el propio Juan Sebastián, apretar las tuercas al canon y tirar de variaciones. O sea, todos más felices. O casi todos, vaya.