La presidenta de la Academia de las Artes y las Ciencias, Yvonne Blake, dio a conocer ayer las tres películas preseleccionadas para representar a España en la próxima edición de los premios Oscar. Las elegidas son la producción histórica 1898. Los últimos de Filipinas, de Salvador Calvo; la insólita Abracadabra, de Pablo Berger, y la delicada historia de iniciación Verano 1993, de Carla Simón, que parte como gran favorita.

Una terna que confirma que nos encontramos ante un año sumamente extraño para el cine español, sin ningún nombre contundente que sirva como reclamo internacional más allá del prestigio que ha ido acumulando la película de Carla Simón en certámenes como Berlín o Cannes. Dos óperas primas, una de gran presupuesto y otra de carácter más independiente, y una rareza del director Pablo Berger, cuya Blancanieves ya representó al cine español hace cinco años. El 7 de septiembre se dará a conocer el título definitivo. Desde el 2004, cuando Alejandro Amenábar ganó la estatuilla dorada con Mar adentro, ninguna película española ha logrado colarse entre las cinco finalistas a mejor película de habla no inglesa.

Verano 1993 es la máxima favorita. También la gran revelación de este año, el descubrimiento portentoso de una joven debutante poseedora de un universo cinematográfico y una mirada personal intransferible que ha enamorado al público con un conmovedor y sensitivo relato de iniciación y aprendizaje que casi podríamos definir como un milagro: por su capacidad de expresar emociones casi sin palabras y por describir el universo infantil de una manera tan sutil como precisa. El magnetismo de sus pequeñas actrices y la descripción nostálgica de toda una época contribuyen a generar una empatía inmediata con los personajes y con una historia que gira en torno al sentimiento de orfandad.

Por su parte, Abracadabra puede que sea una marcianada, pero también es una de las películas más originales y libres que ha dado el cine español reciente. Una comedia negra protagonizada por Maribel Verdú, Antonio de la Torre y José Mota. Si lo que queremos es que nuestra representante sea pintoresca, tenga la capacidad de sorprender a cada momento porque nunca sabes lo que te espera a continuación y capture la dimensión más incómoda a nivel estético y moral de la España profunda, la mejor opción sería sin duda esta.

Por último, a pesar de la corrección técnica de 1898. Los últimos de Filipinas y de su factura impecable, resulta un producto demasiado ortopédico y un tanto añejo, al que le falta una mirada autoral mucho más contundente y refinada. Está claro que esta producción bélica, que relata un capítulo de nuestro pasado colonial con uno de esos repartos masculinos que aportan solidez al conjunto, cuenta con el favor de algunos académicos.