Uno de los actores que más están dando que hablar últimamente tiene el pelo azul, las orejas rojas y una cabeza gigante que pesa tres veces más que el resto de su cuerpo. ¡Ah!, y no está hecho de carne y hueso sino de una mezcla de espuma de látex, silicona, tela y resina. Una mirada al interior de sus enormes ojos lleva meses siendo suficiente para hechizar a crítica y público por igual.

«Yo diría que es más bien una historia sobre la niñez que una para niños», comenta el director Claude Barras acerca de La vida de Calabacín, maravilla de animación stop-motion que podría ganar el Oscar al mejor filme de animación. «He querido homenajear a todos esos niños olvidados o maltratados que lo dan todo de sí mismos para sobrevivir a pesar de sus heridas», añade acerca de una obra conmovedora que evoca Los 400 golpes, de Truffaut, por su honestidad reflejando el dolor preadolescente.

Es la historia de un chaval apodado Calabacín —lo encarna el actor del pelo azul— que, tras matar accidentalmente a su madre borracha y violenta, deberá crearse una nueva vida y una nueva familia en un orfanato. «Las películas suelen retratar esos lugares de forma oscura y deprimente. Yo quise retratar un orfanato que protege a los niños, no uno que abusa de ellos».

La técnica ‘stop motion’

Explica el director suizo que para rodar La vida de Calabacín fueron necesarios unos 40 decorados y hasta 52 muñecos con los que ir combinando escena a escena. «La stop-motion es una técnica muy exigente porque, a diferencia de la animación por ordenador, una vez has rodado la escena no puedes corregir nada. Es como el teatro: puedes ensayar todo lo que quieras pero, en cuanto empiezas, debes incorporar tus errores y dificultades al objetivo final, que es crear la ilusión de vida».

Gracias a su experiencia en el cortometraje Barras ha aprendido que, cuanto más simple es el diseño de los personajes, más emociones pueden comunicar. Y en La vida de Calabacín, la emoción es más importante que la técnica. «Decidimos que los rostros debían ser muy grandes», explica en referencia a un estilo visual que recuerda a Tim Burton. «Eso permitió a los animadores llenar de expresividad a los personajes. Incluso en los planos generales vemos lo que sienten». También decidió evitar la tendencia del cine de animación a llenar cada plano de detalles y acción. «Me considero un minimalista, para mí simplificar no significa empobrecer, sino ir a lo esencial».

La vida de Calabacín también es excepcional por otro motivo (además de por su calidad artística): a diferencia de la mayoría de películas familiares, diseñadas para transmitir optimismo y alegría y proteger a los más pequeños de aspectos más oscuros de la vida real, el objetivo de Barras ha sido «hablar a los niños de lo complejo y violento que puede ser el mundo, mostrarles que es posible reaccionar positivamente a las dificultades de la vida y huir de cualquier ciclo de violencia en el que estén inmersos». El resultado es una película que llama, sin alzar la voz pero a gritos, a la esperanza, el coraje, el perdón y la reconciliación. «Me encantaría que, al verla, los más pequeños pero también sus padres comprendan la importancia de unir y consolar, detectar a aquellos que necesitan apoyo tenderles la mano».