Junto al portal de San Roque de Ráfales, en una esquina, hay una puerta que parece más de una aventura Gulliver que de acceso a cualquier estancia humana. Es gruesa, de madera de herrajes, construida en el siglo XVI y se mantiene intacta al paso del tiempo. Solo los niños más osados se atreven a cruzarla. Ni la curiosidad malsana parece atraparles. "Ahí abajo hay esqueletos", aseguran un par de niños desde la puerta todo serios mientras se asoman por un pequeño ventanuco enrejado.

Al abrir la puerta, para lo que hay que empujarla con fuerza, el osado se encuentra con una empinada escalera de piedra al tiempo que empieza a atronar la estancia un sonido de grilletes, cadenas y gritos de un prisionero. En lo alto de la escalera otra puerta de madera da paso a un habitáculo muy pequeño de apenas tres metros cuadrados. En el suelo, una abertura comunica con un oscuro pozo: el calabozo. "¿Saben cuál fue mi delito? Alimentar a mi familia", atronan las paredes que le dan voz a un preso retenido por hurtos varios. En ese calabozo ("donde si se entra ya no se sale", insisten los niños), se conservan todavía varias argollas.

Calabozo en el subsuelo

En Ráfales (con acceso libre) se encuentra una de las cárceles mejor conservadas de la ruta del Matarraña, construida, como la mayoría de ellas, en el siglo XVI. A través de esa abertura en el suelo de la celda, no se sabe con exactitud si por medio de cuerdas o por una escalera de esparto que se recogía, se bajaba a los reos en un calabozo del que no llegaban a salir la mayoría de ellos. "¡No quiero ir a galeras!", insiste el preso desde abajo hasta que deshecho el camino uno apaga la luz y el silencio invade la estancia. Salir a la calle, a pesar de que la localidad se encuentra en plenas fiestas, infunde tranquilidad. Alejarse de lo que tuvieron que vivir esos presos, alivio.

Atrapados por los tobillos

Un gran travesaño, que se conserva como si por él no hubiera pasado el tiempo, tras la puerta de la planta baja de la cárcel de Mazaleón servía para atar los tobillos de los presos. Absolutamente inmovilizados, la mayoría de ellos no podían ni acceder a una letrina que existía y se ha conservado perfectamente. La cárcel de esta localidad al norte del Matarraña es la más grande de toda la zona ya que a este calabozo de la planta baja hay que añadir el del piso superior.

Una estancia que está considerada una de las pequeñas joyas de la ruta gracias a un panel de inscripciones en el que los reos fueron relatando sus angustias, miedos y deseos, que han llegado hasta este siglo XXI. La entrada a esta cárcel, situada en la primera planta del ayuntamiento al que se accede a través de unos soportales, conserva el cerrojo original (encajado en el muro por lo que es evidente que tuvo que realizarse a la vez que se realizó la obra). A esta cárcel se puede acceder, en horario de verano, de lunes a viernes de 12.30 a 14 horas de la mano de un guía del ayuntamiento.

A no más de 30 kilómetros de allí, en la calle Mayor de La Fresneda, se conserva una de las varias cárceles que se construyeron en la localidad hace cinco siglos. Esta (a la que se accede con visitas guiadas por la tarde organizadas por la oficina de Turismo que se encuentra junto a ella) sigue el concepto de la de Ráfales, es decir, un pozo (de siete metros de profundidad y dividido en dos plantas) convertido en calabozo solo que presenta como singularidad que en la primera planta (desde donde se accedía a la celda) vivía el carcelero. De ahí, que tenga una pequeña ventana con rejas desde la que se ve la calle yu por la que entra algo de luz (aunque no mucha).

No muy lejos de allí, en la planta baja del ayuntamiento de La Fresneda, se puede acceder a otra cárcel (recientemente restaurada por lo que su estado es excepcional), aunque con una sutil diferencia con respecto a la anterior, ya que ésta se cree que era de lujo, destinada a reos de alto nivel social e incluso a miembros eclesiásticos. Ese es el motivo de que esta estancia dispusiera de letrina donde podían hacer sus necesidades los presos, un hueco por donde recibían a diario el agua y un mendrugo de pan (duro, eso sí) y, sobre todo, acceso a la luz natural. Los grafitis (muy numerosos) que se pueden encontrar en esta celda son, en su mayoría, de carácter religioso.

Estos son los tres ejemplos más destacados de esta Ruta de las cárceles del Matarraña pero, además, también se pueden encontrar celdas y calabozos en otras localidades como Fuentespalda, Torre del Compte (de la que se conservan tres habitaciones, una destinada al carcelero y dos calabozos), Monroyo, Peñarroya de Tastavins, Torre de Arcas, Calaceite, Valderrobres y Belmonte de San José.