Si algo le sobra al Festival de Cannes es fondo de armario. Mientras su sección competitiva permanecía ayer enzarzada en una agria polémica sobre el futuro del cine, en la periferia de su programa, el certamen presentaba los nuevos trabajos de dos autores que son historia viva del cine francés, aunque no meras piezas de museo.

Con La pointe courte (1954), Agnès Varda abrió camino a esa nueva ola de jóvenes directores conocidos como la Nouvelle Vague. Y desde entonces no ha dejado de experimentar. Ahora, a sus 88 años, Varda ha dirigido su primera película en pareja. Es el documental Visages villages, en el que vemos a la cineasta junto al fotógrafo JR -es codirector- mientras viajan alrededor de Francia visitando pequeñas comunidades y escuchando historias de sus habitantes, a quienes luego capturan en fotos gigantes que quedan pegadas en muros y fachadas. Su periplo funciona no solo como una oda a la necesidad de crear arte a cualquier edad y al deber de disfrutar de la vida, sino también como un lamento por un tipo de vida que desaparece.

Philippe Garrel aún no ha cumplido 70 años y lleva más de 50 haciendo cine. L’amant d’un jour, tercera entrega de una trilogía junto a La jalousie y L’ombre des femmes, es la historia de un profesor cincuentón que se enamora de una de sus alumnas, que tiene la misma edad que su hija.

Rodada en blanco y negro en apenas 21 días, habla de los mismos asuntos a los que Garrel ha dedicado toda su obra: el amor y emociones colindantes como los celos y la lujuria, el choque entre lo sentimental y lo carnal y el conflicto entre la pasión de juventud y el amor de madurez. Material suficiente para varias trilogías más.