El primer interrogante que se plantea ante un escritor como el italiano Walter Siti -que ha ganado el Premio Strega y es considerado en su país como un clásico contemporáneo- es por qué no ha sido traducido aquí hasta el momento. La oportunidad llega con El contagio (Entreambos), una novela que retrata con crudeza los suburbios romanos que tanto amó Pier Paolo Pasolini. Y no es casual que Siti haya sido editor de la obra completa del autor de Una vida violenta.

Siti, respetado crítico literario, se dio a conocer como novelista cuando a partir del año 1994 empezó a publicar una trilogía de autoficción marcada por la visceralidad y una descarnada descripción de su homosexualidad, que seguía su integración de chico sociópata fascinado por los culturistas que acaba aceptando su imagen en el mundo. ¿Aquél era o no era Walter Siti? «El Walter Siti de mis novelas hace cosas que yo jamás me habría atrevido. Eso provocó que al final no supiera quién era yo. Quedé devorado por el personaje». Porque el personaje, con el que el autor defendía que sexo y consumismo eran la misma cosa, acabó siendo un acicate para las audiencias en la RAI, hasta que, hastiado, prefirió declinar las invitaciones de los programas de televisión.

La respuesta a ese colapso personal fue precisamente El contagio, publicada originalmente en el 2008, novela coral que encierra a una serie de personajes en los diferentes pisos de un inmueble de la periferia de Roma (a la manera de La vida instrucciones de uso de Georges Perec o 13, rue del Percebe) en el que el personaje de Siti es un testigo de la vida de los demás y de cómo los primeros inquilinos, los travestis, los yonquis, las prostitutas, los miserables, se han visto sustituidos por migrantes extracomunitarios.

La novela empezó como un reportaje que un diario encargó al autor, pero Walter Siti asegura que se aburrió en la investigación y tomó el camino de la ficción, de enamorarse los personajes. «Me interesaba ese realismo, casi hiperrealista, que muestra, en este caso los suburbios, desde un ángulo insólito. El mecanismo de corrupción que une los barrios altos y bajos de Roma, porque hay mucha complicidad entre las fuerzas del orden y la mala vida». Su forma de exponerlo es directa y vibrante, insoportable para estómagos delicados, una especie de Fiódor Dostoyevski puesto al día, marcado por la querencia por lo popular, que es la misma que impulsó a Pasolini. Y respecto a las distintas especialidades sexuales que se citan en la trama, el traductor, Carlos Vitale, asegura que tuvo que investigar mucho porque no sabía qué nombre darles en castellano.

LABORATORIOS DE LA SOCIEDAD

Dice Siti que su obsesión amorosa por los suburbios contiene también un afán sociológico: «Los barrios burgueses cada vez se parecen más a los barrios periféricos. Durante años la burguesía se sacrificó para adquirir patrimonio que legar a sus hijos. Pero eso ya es historia. Hoy todo se quiere rápidamente y la publicidad te obliga a ello. Nadie te impulsa a ahorrar. Así que he contemplado y retratado los suburbios como un laboratorio para una realidad social más amplia. Además, allí los hombres y las mujeres tenían menos reticencias a la hora de sincerarse y al cabo de 10 minutos era fácil que te contaran su vida con una ingenuidad que un burgués jamás se permitiría».

Admite que pese a la controvertida dureza de su novelas, el Premio Strega a Resistere non serve a niente, le dio cierta pátina de respetabilidad. «Pero lo he estropeado con mi último libro, Brucciare tutto». No importa que asegure que él no se identifica con el sacerdote pedófilo que lo protagoniza: toda Italia ha leído la novela en clave condescendiente con el abuso y no se lo han perdonado. Son los riesgos de ir a contracorriente.