A lo largo de su carrera, Todd Haynes ha hablado de temas tan adultos como la depresión nerviosa -en Superstar: The Karen Carpenter Story (1988)-, el sida -Poison (1991)-, las enfermedades raras -Safe (1995)- y el yugo de la clase social y los tabúes de época -Lejos del cielo (2002), Carol (2015)-. Su nueva película, Wonderstruck. El museo de las maravillas (en Zaragoza se puede ver en los cines Aragonia), pone en paralelo dos historias que transcurren en dos tiempos distintos -una en 1927, la otra en 1977- y que protagonizan sendos niños sordos que huyen a Nueva York en busca de figuras paternas. Dicho de otro modo, es cine infantil y por tanto, cabría pensar, un desvío en su carrera. O quizá no.

-Seguramente muchos jamás imaginaron que un día usted dirigiría una película para niños.

-Lo puedo entender. La he hecho para demostrar que los niños de hoy no son meros productos de la era digital, y que son muy capaces de dejarse cautivar por otras épocas y lenguajes narrativos como el del cine mudo. El museo de las maravillas es una película para niños que hacen trabajos manuales, que se manchan los dedos con pegamento, como yo hacía de pequeño. He querido darles una historia rica, compleja y valiosa, que les haga querer aprender más sobre la vida y el cine.

-¿Qué películas causaron ese efecto en usted cuando era niño?

-Desde el principio mis padres me llevaron a museos y cines y conciertos, y creyeron que eso me preparaba para ver películas que quizá no eran del todo adecuadas a mi edad. Solo tenía siete años cuando vi Romeo y Julieta, de Franco Zeffirelli, que es una película un poco subida de tono; y supongo que esa educación fue lo que me empujó a querer ser director.

-¿Diría que no se hacen suficientes películas infantiles sofisticadas, que traten a los niños con respeto?

-Creo que el cine infantil actual se apoya en el sentimentalismo, y es un error. Porque los niños no son sentimentales, por mucho que los adultos insistamos en pensar en que lo son. Cuando se ven enfrentados al dolor y la angustia, suelen mostrar una actitud muy práctica ante los problemas. En realidad, lo único que sé es que no se hacen muchas películas como Mary Poppins, que a mí me cambió la vida. La vi con tres años y después de eso me pasaba el día imitando a esa niñera, y disfrazándome como ella. Era una obsesión.

-Como algunas de sus películas previas, como Safe o Lejos del cielo, El museo de las maravillas explora asuntos como la soledad y el aislamiento. ¿Qué le atrae de ellos?

-Siempre me han atraído los personajes que se ven excluidos socialmente. Como hombre homosexual me siento especialmente conectado con la lucha contra el aislamiento, y contra la falta de libertad que nos genera no entender quiénes somos. Son sentimientos que siempre me han acompañado, también porque siento que la soledad es muy inspiradora para un artista; te hace mirar al mundo desde los márgenes, desde fuera del sistema.

-En todo caso, ¿qué queda del Todd Haynes que a principios de los 90 escandalizaba con las explícitas escenas homosexuales de Poison?

-Recuerdo que tras el estreno de esa película un diario de derechas me definió como «el Fellini de las felaciones», y que la esposa de un senador afirmó haber sentido la necesidad de querer sumergirse en cloro después de verla. Poison fue producto de un momento muy convulso en mi país, en el que el Gobierno estimulaba el odio a los gays. Había que hacer algo. Cierto que volvemos a vivir tiempos muy oscuros, pero yo ya no soy el joven radical de entonces. Solía usar el cine para hacer terrorismo. Ya no. Me he hecho viejo.

SEnDEl museo de las maravillas ha sido producida por Amazon Studios. ¿Tuvo dudas a la hora de trabajar con una gran corporación como esa, después de haber pasado casi toda su carrera en el ámbito de la independencia?

-Más allá de cuestiones financieras, la independencia tiene que ver con la voluntad de cuestionar convenciones y expandir los límites del medio, y quiero creer que eso es lo que sigo haciendo. Siempre he cuestionado el establishment. En cambio, muchos cineastas independientes hacen películas que parecen hechas por los grandes estudios, porque su gran objetivo es precisamente hacerse un sitio en el ‘establishment’. Y me entristece que mucho de ese conformismo venga desde dentro de la comunidad gay.

-¿A qué se refiere exactamente?

-En la época de Poison, cuando el Gobierno dejaba que la gente muriera a causa del sida, para los gays saber que nuestra existencia suponía una amenaza contra las clases bienpensantes era nuestra mejor arma para exponer las miserias del sistema. Hoy la comunidad LGTB ha logrado la inclusión social y eso es magnífico, pero en parte siento que nos han dado gato por liebre. Si hemos sido integrados en el mainstream es porque somos sujetos consumidores. Es el mercado quien ha ganado, no nosotros.