La Declaración de Incheon y el Marco de Acción de Educación 2030 ponen de relieve la importancia de una educación transformadora. Esta perspectiva humanista y universal relaciona el desarrollo con el cambio en la vida de las personas. Esta orientación se recoge en la Agenda 2030 de desarrollo sostenible, en su objetivo 4º: garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de aprendizaje permanente para todos.

Cuando se habla de hacer las cosas de otro modo, de construir entre todos, de cambiar la mirada de los agentes educativos, es necesario que nuestra acción esté conectada con el presente manteniendo a su vez una perspectiva global y a medio y largo plazo. La Unesco señala la meta 4.7 como eje orientador: …la educación para el desarrollo sostenible y los estilos de vida sostenibles, los derechos humanos, la igualdad de género, la promoción de una cultura de paz y no violencia, la ciudadanía mundial y la valoración de la diversidad cultural y la contribución de la cultura al desarrollo sostenible.

Para ello, es necesario incorporar a los procesos educativos una visión del mundo global y preparar a las personas para actuar con responsabilidad y compromiso en su vida cotidiana.

Desde hace muchos años acompaño a profesionales del ámbito educativo, y es interesante observar cómo en su desarrollo personal y profesional hacen un salto cualitativo cuando toman consciencia de que su responsabilidad es convertir a los estudiantes en sujetos activos de su propio aprendizaje.

Este cambio en la orientación de la educación hace que las personas evolucionen desde el control, al disfrute en el aula, y aprendan a sorprenderse y a crear. También evolucionan en el significado que le dan al yo en relación a los demás, pudiendo construir un nuevo nosotros. Y además, posibilitan experiencias que colocan a los estudiantes en el centro, facilitando que sean agentes activos, con curiosidad, con sentido crítico, iniciadores…

En el fondo, es un cambio orientado al proceso, a lo que está ocurriendo, a la vez que a lo que significa ese proceso en esa persona, ese grupo y esa experiencia concreta en los diferentes contextos.

De ese pequeño gran cambio emerge su necesidad de crecimiento como premisa para posibilitar el crecimiento de otras personas. Si no, ¿cómo podría confiar en un proceso de aprendizaje centrado en la persona? ¿Qué posibilidades reales tendríamos de construir juntos?

Esto no es nuevo, cierto, pero para muchos sí lo es. Y en realidad no es importante, no es una cuestión de tiempo, de épocaso modas, sino de enfoque, un paradigma que no parte de las acciones, sino de un marco de saberes, creencias y valores sobre la vida que nos llevan a trabajar desde unos modelos metodológicos.

Porque, ¿cómo enfocarnos en la otra persona si no participa? ¿Cómo sentirse parte de algo si no se percibe cómo se construye? ¿Cómo saber qué es construir con otras personas si no lo experimentamos?

Con participación no hablamos de que haya una reunión o no, que se pregunte o no… sino que la persona sea agente de su proceso de aprendizaje. Hablamos de una actitud como agentes educativos en la que el protagonista es la otra persona en interacción con el mundo, su mundo… nuestro mundo cotidiano y cercano y, a la vez, global.