La esencia del movimiento feminista es la redefinición del papel de la mujer en la sociedad. Por tanto, las acciones que desde allí se emprenden tienen por objetivo que las mujeres alcancen la equidad respecto al hombre en todos los ámbitos de la vida: político, económico, social, cultural, etc.

La lucha es contra una ideología y una práctica instituida por el hombre y hecha a su medida, que sostiene que él es por naturaleza superior a la mujer. De esta manera, el feminismo se enfrenta al patriarcado, esa construcción histórico-social que, como tal, es susceptible de cambio por un modelo más justo para nosotras.

El dinamismo del movimiento feminista actualmente es incuestionable, y sus propuestas en diversas esferas del conocimiento son enriquecedoras. La economía feminista, la geografía de género, el urbanismo feminista, el ecofeminismo, son formulaciones que han venido a proporcionar una visión y una solución a los problemas mundiales analizándolos con una mirada crítica desde el punto de vista del género, a través del cristal de las gafas violetas, que diría Gemma Lienas.

En ese sentido, el feminismo tiene mucho que aportar a la cooperación para el desarrollo y a la educación para el desarrollo y la ciudadanía global.

Concebir acciones en cooperación para el desarrollo ignorando a la mujer no hace más que profundizar la inequidad. La cooperación para el desarrollo está obligada a tomar en cuenta las necesidades de las mujeres, que son múltiples y diversas, como sostiene el feminismo

De esta manera, «si no se introduce la dimensión de género en el desarrollo, se pone en peligro el propio desarrollo. Y si las estrategias encaminadas a reducir la pobreza no potencian a las mujeres, no logrará beneficiar a toda la sociedad», tal y como reza el Informe sobre Desarrollo Humano de Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), editado en 1997.

Desde el punto de vista del feminismo, la tarea consiste en empoderar a las mujeres para convertirlas en sujetos políticos capaces de definir sus propios modelos de desarrollo, adaptados estos a sus propias circunstancias.

La educación para el desarrollo y la ciudadanía global, como proceso que pretende generar conciencia crítica sobre la realidad mundial con el objeto de transformarla a través de la justicia y solidaridad, tiene también la tarea imprescindible de incluir la perspectiva de género como herramienta de trabajo. Visibilizar la inequidad que afecta a las mujeres y cómo ello genera dinámicas que le impiden el desarrollo de sus capacidades básicas o potencialidades, que definía Amartya Sen, así como insistir en la necesidad de incidir en sus causas y en las estructuras de poder que le dan sustento, es lo que hará posible que la ciudadanía cuente con información y argumentos para plantearse la construcción de modelos de desarrollo alternativos.

Como vemos, vincular la lucha feminista y el desarrollo es una acción necesaria. Generar espacios que permitan integrar la mirada de las mujeres en el discurso, el debate y el quehacer del desarrollo es una estrategia que nos permitirá construir un modelo de cooperación realmente transformador, aquel donde los sujetos estén comprometidos con el desarrollo humano, equitativo y sostenible.