Los actores de la cooperación española celebraron el pasado viernes, como cada 8 de septiembre desde el año 2006, el Día del Cooperante. Se trata de una jornada que se celebra en honor de los profesionales que trabajan por el desarrollo sostenible y en la lucha contra la pobreza junto a las poblaciones más vulnerables del planeta.

Este año, la celebración coincidió con uno de los momentos más difíciles para el sector de la cooperación internacional en España, fruto de los recortes acumulados durante los años de crisis económica. La cooperación española tan solo alcanza un 0,21% de la renta nacional bruta, «un porcentaje que no se corresponde con el peso que el país pretende tener en el planeta», según denuncian desde la Federación Aragonesa de Solidaridad (FAS), que agrupa a medio centenar de oenegés.

Por otro lado, podría decirse que la cooperación aragonesa está todavía peor, pues el Gobierno de Aragón tan solo destina a esta partida el 0,04% del presupuesto de la comunidad autónoma. Una cifra que queda muy lejos del 0,7% recomendado por las Naciones Unidas, y tan largamente reivindicado por las organizaciones y los movimientos sociales vinculados al mundo de la solidaridad internacional.

La prueba más sólida de la dificultad que atraviesa el sector es la huelga con la que celebraron su día los cooperantes que gestionan proyectos en el extranjero para la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo (AECID), el pasado 8 de septiembre. Esta agencia es uno de los organismos del Estado que más ha sufrido los recortes durante la crisis.

El colectivo de cooperantes en el exterior nació en el año 2008, y entonces contaba con un presupuesto de 3.000 millones de euros, que quedaron reducidos a poco más de 200 millones en el año 2012. Y la situación empeoró con la Ley de la Acción y del Servicio Exterior del Estado del año 2014.

Según denuncian desde diversas asociaciones y sindicatos que representan a los trabajadores expatriados de la AECID, los recortes del Gobierno de España se centraron en los funcionarios de categoría C, la inferior, mayoritaria entre quienes trabajan sobre el terreno, a pie de proyecto. Denuncian que sus salarios llevan congelados desde el año 2009, a menudo en países con una inflación desbocada, mientras que las nóminas de embajadores y directivos no han hecho sino crecer en todo este periodo.

Además, los empleados de la AECID no perciben las indemnizaciones que corresponden a cualquier trabajador en el exterior por la pérdida de calidad de vida y poder adquisitivo. Si a esto se suma la fluctuación de divisas, en algunos casos se están generando mermas del poder adquisitivo de estos trabajadores de hasta el 60% respecto al año 2008.

Un trabajo vocacional

Ante estas condiciones laborales, y dados los riesgos que a veces entraña su trabajo, no cabe duda de que la de cooperante es una profesión totalmente vocacional. «De hecho, yo ni tan siquiera lo considero mi profesión, sino más bien un estilo de vida. En realidad, mi profesión es profesora», declara Pilar Plaza, cooperante de Acción Solidaria Aragonesa (ASA) en Colombia. «Empecé cooperando en el área de la educación, después seguí haciéndolo en todo tipo de proyectos, y así llevo 23 años», añade Plaza.

La actual situación de precariedad de la cooperación española coincide con un momento en el que el planeta afronta la peor crisis humanitaria de refugio y migración desde la II Guerra Mundial. 20 millones de personas se encuentran al borde de la hambruna, numerosos conflictos se enquistan y otros no acaban de cerrarse, aún con acuerdos de paz firmados.

Sin políticas integrales que enfrenten las causas de la pobreza, la desigualdad y el maltrato del planeta, solo se conseguirán respuestas limitadas. Pero la cooperación internacional solamente es una pieza más de un complejo engranaje en el que todas las políticas deben ser coherentes entre sí para garantizar un desarrollo sostenible.

Según Pilar Plaza, «la cooperación puede producir impactos muy positivos, pero a escala muy reducida. No puede cambiar las estructuras de los países perceptores de ayuda, pero tampoco las de los países más desarrollados, los que financian esas ayudas, que perpetúan las desigualdades. Aunque la cooperación sí que mueve conciencias y sensibiliza sobre la necesidad de esos cambios».

Para José Fernández, cooperante aragonés de Proyde en Bolivia, «la solidaridad internacional siempre es necesaria en pueblos con un nivel de desarrollo precario». José es hermano de La Salle, y trabaja en el asilo de huérfanos José Mercado Aguado. «Si no estuviéramos con ellos, los jóvenes de nuestro asilo serían chicos de la calle», afirma.

Fernández sostiene que «la cooperación hace posible que los grupos humanos que no tienen nada, al menos, tengan algo, tanto en el plano material como en el intelectual. Hay que destacar la importancia que los numerosos colegios que se han creado gracias a la solidaridad internacional, gracias a los cuales, muchos jóvenes han podido recibir una educación».

A menudo, los cooperantes se convierten también en un elemento de disuasión en contextos de violencia. «A mí, en Colombia, me ha tocado acompañar los retornos de pueblos como comunidades de paz. Y el hecho de que hubiera una extranjera entre ellos ayudaba a que todos los actores armados respetaran mucho más la integridad de los campesinos, porque sabían que si hacían algo se iba a saber», asegura Pilar Plaza. «Es increíble la cantidad de vidas que ha podido salvar la presencia de cooperantes internacionales. Tengo claro que no somos un escudo total, pero sí somos una protección».