Durante la crisis, la competitividad ha sido un valor en alza, y la desigualdad ha aumentado muy significativamente. En el año 2015, solamente 62 personas poseían la misma riqueza que 3.600 millones (aproximadamente la mitad más pobre de la humanidad), mientras que, en el año 2010, eran cerca de cuatrocientas personas las que concentraban tal cantidad de riqueza.

Pero la desigualdad creciente no es un efecto exclusivo de la reciente crisis socioeconómica, sino que se trata de una característica intrínseca de nuestro actual modelo de desarrollo.

Debido a nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza y con nuestros congéneres hemos provocado una serie de problemas que han alcanzado una dimensión planetaria y que ponen en peligro nuestra sociedad.

¿Es la competitividad un valor adecuado para abordar esas dicultades de escala globarl? O, por el contrario, ¿no sería mucho más inteligente resolver los problemas que nos amenazan a todos los seres humanos en vez de centrarnos únicamente en ganar?