La imagen de personas que pierden la vida día tras día en el Mediterráneo tratando de alcanzar Europa para huir de la pobreza, de la guerra y de la persecución es la imagen de un fracaso colectivo para nuestro continente. Una Europa insolidaria que se encuentra a años luz de sus principios fundadores y en la que la xenofobia y los discursos del odio se están normalizando con el auge de una extrema derecha populista, cuyos discursos a menudo nos trasladan a la Europa de los años 30.

Frente a ello, una ventana de oportunidad se ha abierto en nuestro país. La decisión del Gobierno de España de acoger a las personas que estaban a la deriva en el Mediterráneo fue una decisión valiente, una poderosa llamada de atención para comenzar a desandar la peligrosa senda en la que nos habíamos adentrado. Una decisión que el Gobierno no ha tomado en solitario porque cuenta con el respaldo de la inmensa mayoría de la ciudadanía de nuestro país. Una actitud solidaria y humanista que nos enorgullece y nos engrandece a todos.

Hay indicios que nos llevan a pensar que algo puede cambiar. En primer lugar, las cuestiones migratorias vuelven a tener su sitio en la agenda de gobierno con un ministerio y una secretaría de Estado encargados de diseñarlas e implementarlas. Y a su frente, personas con una dilatada experiencia en la materia.

En segundo lugar, se han anunciado ya medidas concretas que van en la buena dirección como la derogación del Real Decreto 16/2012, que acabó con la sanidad universal, o el compromiso de eliminar las concertinas de las vallas de Ceuta y Melilla.

Por último, el Gobierno ha acudido a su primer Consejo Europeo en calidad de protagonista, plantando cara a aquellos que pretendían alcanzar un acuerdo en materia de migración y asilo que habría sido mucho más dañino sin la voz de España.

El Gobierno de España logró el acuerdo. Aunque su posición es más ambiciosa, entendiendo que la política es el arte de lo posible, este acuerdo ha sido fundamental, habida cuenta de la intransigencia de las posturas con las que acudía la mayoría de los gobiernos de la Unión.

Lo más relevante es que España ha logrado dos objetivos que pueden ser la primera piedra de un nuevo edificio. Primero, recuperar la idea de que la gestión de las migraciones debe ser una responsabilidad compartida por todos los países miembros.

Y segundo, y más importante, que frente a los discursos del odio y del miedo haya surgido por fin un planteamiento alternativo, una propuesta política distinta para abordar estos desafíos.

Gracias a ello, España vuelve a situarse en Europa tras años desaparecida de la esfera internacional. Puede y debe liderar una nueva política de migración y asilo basada en el respeto al Derecho y a los valores fundadores de la Unión Europea. Una nueva política que responda a los valores de libertad, justicia, solidaridad y dignidad que inspiraron su creación.