-¿Cuál fue el origen de la Fundación Centro de Solidaridad de Zaragoza?

-En 1985, la Iglesia diocesana de Zaragoza importó el programa terapéutico italiano Progetto Uomo para hacer frente a la gran epidemia del consumo de heroína que había en España, ante la falta de desarrollo de los servicios sociales. Empezó en Zaragoza, Bilbao, San Sebastián, Madrid y Málaga. El programa terapéutico de Proyecto Hombre sigue vigente.

-Desde entonces, la sociedad española ha cambiado mucho. ¿También ha ocurrido lo mismo con el consumo de drogas?

-Una de las ventajas de esta fundación ha sido su adaptación al cambio dinámico y constante de la realidad social. En los años 80 apenas había recursos para atender una realidad tan dura como fue la derivada del consumo masivo de heroína, que se llevó por delante a multitud de jóvenes, también asociada al surgimiento de enfermedades infectocongidosas como el VIH o la hepatitis y a la delincuencia. Aquella epidemia pasó y entramos en los años 90, con un resurgimiento económico en el que afloró el consumo de todo, desde pisos o coches hasta drogas. La cocaína tomó el protagonismo, sobre todo vinculada al ocio, así como otros psicoestimulantes. En aquel momento hubo que adaptar los programas terapéuticos. Con la gran crisis económica de la década pasada también cambiaron los hábitos de consumo y en los últimos años lo que más estamos percibiendo es el aumento de la adicción al alcohol, una droga social, legal, bien vista y muy presente en nuestra cultura. Las drogas que actúan como depresoras del sistema nervioso central (heroína o alcohol) se vinculan a momentos críticos de paro y crisis económica. Sin embargo, los psicoestimulantes (cocaína, metanfetamina…) se vinculan más a momentos de ocio en épocas de euforia económica.

-¿Cómo ha afectado esta evolución al trabajo de la fundación?

-Pasamos de tener un único programa, Proyecto Hombre, a diversificar. Este sigue existiendo y se estructura en tres fases: una de acogida y toma de contacto, otra fase residencial en una comunidad terapéutica cerrada (8 o 9 meses) y una de reinserción en la realidad social de cada cual (reintegración en la familia, búsqueda de empleo y vivienda…). Este proceso llegaba a durar tres años. A él llegaba gente muy deteriorada que lo había perdido todo, incluida la familia y el trabajo, y se dedicaban en exclusiva a su adicción. Pero cuando se impuso el consumo de cocaína, los consumidores llevaban una vida más o menos normalizada, y lo que habían descontrolado era precisamente ese consumo. A estas personas no podías decirles que paralizasen su vida durante tres años, y empezaron a imperar los programas de carácter ambulatorio. Paralelamente, algunos de los pacientes heroinómanos habían fracasado en su terapia libre de drogas, y en 1995 empezamos a implantar los programas de reducción de daños, con fármacos sustitutivos como la metadona.

-¿Qué supuso la irrupción de la generación de la Ruta del Bakalao?

-A mediados de los 90 nos dimos cuenta de que había que atender a un colectivo de jóvenes que no habían desarrollado una patología adictiva pero sí que presentaban comportamientos de riesgo. En 1996, gracias al apoyo de la obra social de Ibercaja, pusimos en marcha el plan de prevención, que continúa hoy. Tiene una doble vertiente: por un lado, acciones de sensibilización para jóvenes y de formación para agentes que trabajan con ellos (sanidad, educación, comarcas…); y por otro, una vertiente de intervención psicosocial terapéutica con chavales que manifestaban problemas de consumo y sus familias, llamada programa Tarabidán.

-¿Se perdió el miedo a las drogas?

-Se pasó a integrar y a normalizar la droga en la sociedad. Cayó la barrera del miedo y se empezó a consumir de manera más esporádica, sobre todo cocaína, éxtasis y cannabis. En muchos de los consumidores no tenía por qué generar una patología adictiva, sino que con un tratamiento breve retomaban su vida con normalidad.

-¿Qué otras realidades siguen atendiendo hoy, dos décadas después?

-Hoy seguimos con estos programas terapéuticos. La diferencia es que hoy se han integrado en la red sanitaria del Salud. Cualquier paciente con una patología adictiva puede acceder hoy a un recurso normalizado como el nuestro. Tenemos contratos públicos con la DGA por los que gestionamos la única comunidad terapéutica residencial de Aragón, Proyecto Hombre, nuestro origen, con 45 plazas. Y luego tenemos Unidades de Atención y Seguimiento de las Adicciones (UASAs) distribuidas por todos los sectores sanitarios de la comunidad autónoma, donde se ponen marcha los programas de carácter ambulatorio para consumidores de cocaína, alcohol, metadona… Todos están integrados en el área de salud mental del Salud, son universales y gratuitos.

-¿Cómo se comportan los jóvenes de hoy frente a las drogas?

-Según la encuesta del Plan Nacional sobre Drogas, la percepción de riesgo que tienen hoy los jóvenes con las drogas legales es muy menor, sobre todo con el tabaco y el alcohol; y a veces se percibe con menos riesgo el consumo de cannabis que el de tabaco, pero la mayoría de las veces se consume junto. Y aunque siguen empezando muy jóvenes, la edad de inicio en el tabaco y el alcohol ha subido ligeramente, pasando de los 13,8 a los 14 años. Por eso se diseñan muchas campañas preventivas enfocadas al ámbito educativo. Con las drogas más duras sí que existe una percepción de riesgo mayor, y su consumo está decayendo entre los jóvenes. Esto es positivo, pero al mismo tiempo estamos empezando a atender patologías adictivas comportamentales, que no implican consumo de sustancias. Vinculadas sobre todo al juego online, están aumentando bastante. Y se está dando poca importancia al aumento del consumo de himnosedantes, que se usan para relajarse y dormir y la mayoría se las prescriben legalmente en la atención primaria a sus padres.

-¿Y los adultos?

-La principal sustancia que causa el acceso a tratamiento sigue siendo la cocaína, pero el alcohol ya le está pisando los talones, cuyo consumo se disparó con la crisis. Hay que generar más debate social en torno al alcohol. Es una droga plenamente integrada. En nuestra cultura no hay celebración en la que no medie el alcohol. Pero somos una sociedad hipócrita. No podemos olvidar que el alcohol está vinculado a problemas tan vigentes como los delitos de tráfico o la violencia de género.