El fracaso escolar, la imposibilidad de conseguir un trabajo o, incluso, de realizar tareas del día a día, son solo algunos de los problemas que puede sufrir una persona que no tenga capacidad para solucionar sus defectos de visión. Con el fin de contribuir a poner fin a los problemas visuales que impiden a personas en riesgo de exclusión social desarrollarse personal y profesionalmente, nacía en el año 2000 la Fundación Cione Ruta de la Luz.

«La organización se creó precisamente para acercar la salud visual a personas que no tienen recursos en países en vías de desarrollo, en África fundamentalmente», explica su gerente, Sara Calero.

Pero, a raíz de la crisis económica que sacudió nuestro país hace ya diez años, esa misma situación comenzó a ser habitual aquí. «Vimos que cada vez más familias necesitaban ayuda, ya que recurrían a nosotros de manera personal para pedirnos que les echáramos una mano. Y esta demanda iba en aumento, así que decidimos crear un proyecto para recorrer España con material portátil, montando ópticas itinerantes».

En mayo del 2015 nacía el proyecto Ver para Crecer. Desde entonces, la Fundación Cione Ruta de la Luz, en colaboración con la iniciativa Vision For Life de Essilor, está realizando por toda España esa misma labor que antes desarrollaba en África.

Ayer, Ver para Crecer llevó a cabo su primera misión óptica sobre el terreno en Aragón. Fue en las instalaciones de la Fundación Adunare en Zaragoza. Entre la mañana y la tarde, más de un centenar de niños, de los 1.200 con los que trabaja esta oenegé aragonesa a través de sus programas de atención integral a familias en los barrios de Oliver y Delicias, pasaron por la óptica itinerante para graduar su visión.

«Hemos seleccionado a aquellos menores que pensamos que podían tener alguna dificultad» de visión y para acceder a medidas correctoras por los cauces ordinarios, informa María Jesús Ruiz, directora de la Fundación Adunare. «Y también a aquellos que ya usan gafas pero que llevan mucho tiempo sin graduarse y sin renovarlas por las dificultades económicas».

Los ópticos de Ver para Creer actúan de manera altruista, en su horario de trabajo, y suelen ser profesionales locales. Aunque en la visita a Zaragoza también hubo dos voluntarios llegados desde La Rioja. Uno de ellos es Miguel Moragues, que lleva más de una década colaborando con la organización en proyectos de cooperación internacional, pero es la primera vez que lo hacía en una ciudad española.

«Estos años de crisis económica han sido bastante difíciles, y muchas familias han tenido que decantarse por atender otro tipo de necesidades más primarias. El tema de la salud visual ha tenido que quedarse un poco más relegado, dejando la compra de las gafas para más adelante», lamenta este óptico. Pero poder usar unas gafas supone mucho más que el hecho de ver correctamente. «Para el desarrollo del niño, de su visión y de su rendimiento escolar, es vital», añade.

«El rendimiento escolar puede bajar de cien a cero. Un niño que no vea correctamente puede rechazar la lectura o la escritura, con lo cual la atención en clase cae en picado. A veces, si esa deficiencia visual no está diagnosticada, estos problemas escolares se pueden achacar a que el niño es muy inquieto. Y, en realidad, lo que ocurre es que no puede ver para leer y escribir correctamente, por lo que necesita ser atendido por un óptico». Por eso, «este proyecto pretende es mejorar la educación de los niños».

Ayer, cien de ellos pudieron ser diagnosticados por profesionales como Moragues. Y, lo que es mejor, los que necesitaban gafas, pudieron elegir la montura que más les gustaba de entre el montón que las fundaciones implicadas pusieron a disposición de estos niños de Zaragoza. Dentro de poco más de un mes, la Fundación Adunare se las entegará, con los cristales adecuados para su graduación.