En un entorno cada vez más globalizado y cambiante, el concepto de diversidad en las empresas debe dar un giro. Hasta el momento, gestionar la diversidad ha tenido (mayoritariamente) como punto de partida, atajar la discriminación que han sufrido históricamente ciertos segmentos de la población, englobando sus políticas en torno a colectivos o minorías infrarrepresentadas en la organización. Se suele hablar, así, de diversidad de género, diversidad funcional o diversidad intergeneracional.

Este modelo tradicional, más que apostar por el valor de la diversidad, sólo contempla la heterogeneidad de las personas en base a factores externos (edad, género o discapacidad), sin profundizar en la diversidad de talentos diferentes (habilidades, actitudes, experiencias, conocimientos, etc.) que es la que realmente, marca la diferencia y aporta un valor añadido. De este modo, esta última diversidad, la que se aplica al talento, no responde a cuotas ni a mínimos legales, sino a valores aportados por las personas que se complementan para crear un equipo competitivo.

Es por ello que, desde el 2015, en el grupo Adecco y su fundación desarrollamos el modelo #DiversidadSinEtiquetas, el único que conecta y está en sintonía con la sociedad del siglo XXI. Mediante el mismo, descartamos toda categorización de las personas, conscientes de que los factores generadores de diversidad ya no pueden clasificarse, pues no todos son visibles ni fáciles de identificar. No en vano, son precisamente estas clasificaciones las que conducen a los prejuicios y éstos, a su vez, a la discriminación. En su lugar, entendemos la diversidad en su sentido más amplio, aceptando la identidad y singularidad de cada persona y aprovechando las distintas perspectivas y visiones mediante modelos colaborativos y de diálogo.

En nuestra sociedad actual, eminentemente tecnologizada, los recursos técnicos y financieros son prácticamente idénticos para todas las organizaciones; sin embargo, lo que marca la diferencia son las personas que gestionan esos recursos y sus valores «intangibles», que nada tienen que ver con factores sociodemográficos —o etiquetas—.

Así pues, urge cambiar el chip y apostar por una diversidad que aplique a la visión global de toda la empresa, a la forma de concebir el negocio, a cómo se posiciona la compañía frente a sus grupos de interés. El modelo, #DiversidadSinEtiquetas se integra así en la identidad de la compañía y no tiene fecha de caducidad, pues no responde a tendencias ni a modas en el ámbito de los Recursos Humanos, sino que pone el foco en lo permanente, que son las personas y sus valores.

En definitiva, sólo concibiendo la diversidad en su sentido más amplio y sin mutilar su riqueza, las empresas podremos estar a la altura de las exigencias de la sociedad de nuestra era, en la que la diversidad es imparable y no entiende, ni entenderá nunca, de taxonomías.