Carmen acaricia a su dinosaurio mientras le susurra su nombre. No es que la fantasía de Michael Crichton se haya hecho realidad. Ni ella está en Paque Jurásico ni aquellos seres extintos han vuelto a la vida. Esta mujer vive en la residencia de mayores de Rey Ardid en Juslibol y su dinosaurio es un robot, y es el elemento clave de una nueva terapia que este centro ha puesto en marcha gracias al empeño de un voluntario, Peter Hicks.

Hicks era miembro de las Fuerzas Armadas de EEUU. Como muchos americanos, llegó a Zaragoza por la base aérea y se quedó por amor. Cuando se retiró, comenzó a ejercer como voluntario en algunas residencias de mayores. Aunque asegura que solo es un aficionado a la robótica, sus conocimientos de las tecnologías por su trabajo en aviación le ayudaron a poner en marcha este innovador proyecto con el que apoya la labor de los terapeutas.

Peter Hicks era voluntario en el grupo Canem, que realiza terapia canina en residencias de ancianos. «Pero con el tiempo notamos que los centros estaban más y más reacios a que entráramos con los perros». El miedo de algunos usuarios, reticencias sanitarias o de las compañías de seguros les llevarona buscar alternativas.Probaron con marionetas, «pero me encargaron que buscara alguna opción interesante en el campo de la robótica», señala.

Encontró un primer robot, «que a todo el mundo le encantaba, ya que tenía aspecto humanoide, el tamaño de un niño y bailaba y cantaba. Pero el problema era su precio, 15.000 euros». Los dinosaurios que utilizan actualmente cuestan 400 euros, «pero yo los consigo por internet por 25 o 30, les pongo y les quito piezas y hago un frankenstein por unos 70 euros».

Por el momento, Peter ha puesto en marcha este programa de forma voluntaria en la residencia de la Fundación Rey Ardid en Juslibol, y con muy buenos resultados. Mejora aspectos sensoriales y comunicativos de los usuarios a través de una terapia en la que los mayores deben cuidar, atender o interactuar con los dinosaurios: les dan de comer, los duermen… Ahora, a Hicks le gustaría desarrollarlo más, ya que también puede ser muy útil para personas con discapacidad o niños con diversos trastornos.

«Tenemos en el cerebro unas células llamadas neuronas espejo y estamos diseñados para amar personas pero también cosas que no están vivas. Y estos robots son también como espejos, reaccionan en función de cómo los trate la persona y son capaces de sacar de nosotros mismos esa capacidad de dar y recibir amor», explica. «Carmen está esperando el día en que el dinosaurio la llame por su nombre. Quiero programarlo para que lo haga».

El robot ayuda a que afloren los sentimientos y evita el aislamiento en sí mismos de estas personas mayores. «Es una manera de que puedan salir de ese bucle de tristeza. Es una llave para entrar en las personas. Y nunca va a sustituir a Yovana, la terapeuta. Pero sí que le ayuda a trabajar».

Yovana Gómez es la terapeuta ocupacional de la residencia de Rey Ardid en Juslibol. «El robot es una manera de llegarle a la persona. En nuestro centro tenemos a usuarios que por su edad tienen alguna disfunción física, funcional, congitiva, perceptiva, emocional o sensorial. Y en todas ellas el robot puede ayudarnos a trabajarlas», afirma.

La terapia ocupacional se ocupa de que la persona mejore en la disfunción que padece para que sea lo más autónoma posible en sus actividades diarias. Una de las dos mujeres que estaban en la sesión con Peter ve muy poco. «El robot le ayuda a mantener el contacto sensorial con su medio, y a la hora de comer, por ejemplo, eso le sirve para distinguir los cubiertos», apunta Gómez. A las personas con problemas cognitivos, les puede ayudar a orientarse y a mantener la atención. «Peter nos descubrió una forma de estimulación que no conocíamos, los robots», agradece la terapeuta ocupacional.