Cada 30 de enero se celebra el Día mundial de la paz y la no violencia, coincidiendo con la fecha en que fue asesinado uno de los precursores de la resistencia no violenta más conocidos de la historia, Mahatma Gandhi, en el año 1948.

¿A qué nos referimos cuando hablamos de paz? La ausencia de guerra, de violencia directa o agresividad han evolucionado hacia un concepto más amplio vinculado a la defensa de los derechos humanos y la justicia social. Desde este punto de vista, la paz se manifiesta como un proceso complejo y dinámico planteado a medio y largo plazo, entre cuyos objetivos prima construir un mundo más digno, solidario y equitativo a todos los niveles.

Hay que trabajarla

Labrar una paz sostenible exige conocer cómo se estructuran el reparto de poder y la violencia y reaccionar ante ambos, cultivando una actitud crítica y proactiva. También exige resignificar conceptos cuyo contenido tradicional reproduce estructuras incompatibles con la paz.

En términos económicos, por ejemplo, equivale a tomar consciencia de la necesidad de reemplazar un modelo antropocéntrico y patriarcalizado cuyas prioridades son el beneficio económico y el crecimiento material ilimitado, que idealiza un orden de privilegios medieval, esclaviza, disgrega, y excluye a las personas y se apropia con violencia del territorio y los recursos naturales para esquilmarlos.

Por contra, una noción sostenible de desarrollo pide paso a modelos de producción y consumo más justos. La agroecología, la soberanía alimentaria o unas condiciones justas para los trabajadores son herramientas para el cuidado de la casa común. Una casa que necesita que consumamos menos y nos muevan más la solidaridad y el afecto.

Lo mismo ocurre con el modelo de seguridad; frente al clásico enfoque basado en el poder militar y la defensa territorial, el concepto de seguridad humana sitúa en el centro a las personas y sus necesidades básicas de identidad, subsistencia, protección, entendimiento, afecto, participación y libertad. Da prioridad a la prevención y a los procesos participativos.

La construcción de una paz integral requiere una profunda inversión en formación humana para capacitar personas comprometidas con lo local y lo colectivo que asumamos una actitud despierta ante las injusticias y desafíos que nos rodean y deseemos implicarnos en la búsqueda de alternativas desde nuestras posiciones. Queriendo ser parte de la solución, tal vez vengamos a percatarnos de que somos parte del problema y en qué medida.

En este sentido, un conflicto supone un elemento consustancial a la convivencia y lo verdaderamente importante es la forma en que lo manejamos. Visto así, todo conflicto puede convertirse en un motor para el cambio social y la evolución de las relaciones humanas, entre especies y con el planeta.

Poner el acento en la manera en que construimos nuestras relaciones, por ejemplo norte-sur, es esencial para inspirar modelos de desarrollo que custodien el buen vivir de las personas, los pueblos y la Tierra, que aborden la paz como reto cotidiano, que abran fronteras y tejan redes. Porque, honestamente, ¿qué clase de progreso estamos forjando si no cambiamos la forma en que nos vemos?