En 1999, la Federación Aragonesa de Solidaridad (FAS), que agrupaba a 50 oenegés de desarrollo, se presentó ante el que entonces se llamaba vicerrector de Ordenación Académica para plantearle la necesidad de poner en marcha un curso sobre Cooperación para el Desarrollo que pudiese llenar el vacío formativo que en aquel momento existía en Zaragoza y Aragón en esa materia.

La universidad aceptó el reto y, en octubre del 2000, se comenzó a impartir el Curso Básico de Cooperación para el Desarrollo, con reconocimiento de 6 créditos de libre configuración para estudiantes y certificado para otro tipo de participante.

Este curso se basaba en dos convenios: uno suscrito entre la DGA y la FAS, por el que el Gobierno de Aragón libraba a la federación los fondos necesarios; y el otro, firmado por la FAS y la Universidad de Zaragoza, para transferir la financiación del curso. Pronto se simplificó en único convenio tripartito.

La dotación se hizo en breve extensiva al fomento de la investigación, con una línea predoctoral, orientada a los participantes en el curso, y otra para grupos de investigación.

Ya desde el principio, la FAS planteó que debería crearse una estructura más ambiciosa, que pudiese servir de referencia al mundo de la cooperación: asesoría, centro de recursos, programas de sensibilización… Reticencias del Gobierno de Aragón y de la propia universidad dilataron el proceso. Y hubo que esperar a que se produjera una nueva gestión ante el equipo rectoral, esta vez con la vicerrectora de Relaciones Internacionales, para que en abril del 2008 se firmase el convenio de creación de la Cátedra de Cooperación.

Es propio de las oenegés de desarrollo la intervención en terreno -como decimos en el sector-, intentando paliar con pequeños proyectos las tremendas diferencias existentes entre nuestros países, a los que nos gusta llamar desarrollados (¿en qué, nos podríamos preguntar?) y los que hemos ido calificando con una serie de eufemismos.

Subdesarrollados, en vías de desarrollo, menos adelantados... Son términos que no reflejan más que nuestra prepotencia, un paternalismo insultante, en el mejor de los casos, respecto a todas esas gentes de las que históricamente hemos ido extrayendo gran parte de nuestras riquezas.

Pero somos conscientes de lo precario, de lo insuficiente de nuestra cooperación de cara a recomponer los desequilibrios que la historia ha ido generando a nivel mundial. Porque nuestro axioma fundamental es que todas las personas tienen la misma dignidad y los mismos derechos, independientemente de su lugar de nacimiento o residencia.

Igual que se plantea la pregunta metafísica ¿por qué existe algo y no más bien nada?, podríamos plantear la pregunta metaética ¿por qué he nacido yo en España y no en Burkina Faso?. Quizá entonces cambiaría nuestro punto de vista y dejarían de tener sentido las explicaciones que habitualmente damos a estas diferencias.

Por eso es tan importante, es absolutamente necesaria, la reflexión sobre las estructuras de nuestro mundo, para que caduque ese concepto trasnochado de estado nación y se abra paso una ciudadanía global en la que todas las personas tengan todos los derechos en todos los países de la tierra.

Esto es para la FAS la Cátedra de Cooperación.