"Cuando Jordi Pujol se presentó por última vez a las elecciones, en 1999, yo no tenía aun 18 años y, por tanto, no pude votarle nunca". La frase es de la portavoz de Convergència, Marta Pascal, nacida en 1983, tres años después de la llegada de Pujol a la Generalitat, este mismo miércoles en La Xarxa, y da la clave de las secuelas del impacto emocional que supuso el 'caso Pujol' en el que, durante su reinado, fue el partido hegemónico de Catalunya: el tiempo, y el relevo generacional, lo cura todo. Y a medida que pasan los años, y las caras van cambiando, la luz que irradia la figura de Pujol, cegadora durante décadas, se va apagando, también, por el avance imparable de las sombras de su gestión al frente de la Generalitat.

En estos 18 meses que han pasado desde la confesión de Pujol, el partido se ha sometido a un proceso de 'despujolización'. Tras el puñetazo en el estómago que supuso la confesión, lógico en todo proceso de duelo, los convergentes han porfiado por bajar al suelo (en el caso de alguna estatua, literalmente) al que hasta ese momento era un mito en vida. Los pasos que se han seguido desde entonces han ido en la dirección de hacer olvidar todo vestigio que recordara al hacer del 'expresident'. Es cierto que las circunstancias políticas, léase el proceso soberanista, han ayudado a poner tierra mental de por medio, y en algunos casos la puntilla a políticas ya en decadencia antes de la confesión, como el famoso 'peix al cove' , frase usada por Pujol para definir la negociación de menudillos con la que llenar de contenido la autonomía catalana. O 'la puta i la Ramoneta', como se conocía a la grandilocuencia nacionalista de Pujol, en fin de semana en Catalunya, a la vez que movía tácticamente sus peones en Madrid para alcanzar réditos.

La diabólica aritmética del 27-S ha propiciado, también, que aquél a quien Pujol ungió como sucesor, Artur Mas, diera un paso al lado, y que con la llegada de Carles Puigdemont no sea posible encontrar una traza directa que una al patriarca de la familia con la Casa dels Canonges. Y es que cuando Pujol era aún el 'redactor en jefe de Catalunya' (sarcástico cargo con el que se le bautizó dada su afición a intervenir en la línea editorial de algunos medios), Puigdemont era, él sí, redactor jefe de 'El Punt'.

Por cambiar, la CDC que creara Pujol, inmersa en un proceso congresual de refundación que se alargará hasta junio, se plantea incluso cambiar el nombre. Y quien lo decidirá será nada menos que la militancia. Igual que la futura elección o no de cargos mediante primarias internas. ¿Se imagina alguien que en la Convergència 'pujoliana', el líder carismático tuviera que esperar un escrutinio para conocer quién sería su sucesor, en lugar de nombrarlo él a dedo?

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No es el único cambio estructural que puede abrazar CDC. Cabe la posibilidad de que la fuerza adopte, definitivamente, el sistema de cohabitación actual en el que hay un presidente del partido, Mas, que no es el presidente de la Generalitat, Puigdemont. Es el llamado'modelo PNV', el que siguen los nacionalistas vascos, un partido por el que Pujol sentía distante respeto yque nunca tomó como fórmula a seguir.

También en lo ideológico, y aquí tanto el proceso, como la crisis, tienen mucha culpa, CDC se ha apuntado a lo social, al menos en su discurso, como nunca antes. Y por supuesto, en este periodo se destruyó el matrimonio de conveniencia que hiciera Pujol conUnió, una fuerza de rancio abolengo, aunque escasa de bienes (electorales)

Francesc Homs, quien 'creció' políticamente a la vera de Pujol, ha dicho este miércoles que le dolía y le sabía "mal" la imagen del matrimonio Pujol-Ferrusola en la Audiencia Nacional. Otro dirigente de CDC que tuvo relación con el 'expresident' ha señalado a este diario "que le daba pena" ver como el gigante político se ha convertido en un mortal terrenal que "redacta largas cartas con sus pensamientos y opiniones y se los manda a Artur Mas". CDC sigue luchando contra la sombra.