El éxito del socialista António Costa, primer ministro de Portugal, es una buena referencia para comprobar hasta qué punto la predisposición al pacto puede rendir frutos en una situación manifiestamente adversa. Costa en el 2015, lo mismo que Pedro Sánchez en el 2016, quedó segundo en las elecciones legislativas, por detrás del conservador Pedro Passos Coelho, primer ministro saliente, pero el engarce de alianzas con el Bloque de Izquierda y la Coalición Democrática Unitaria (CDU), la marca electoral de los comunistas, le permitió concretar una mayoría en el Parlamento que se estimó breve.

Tres fueron las razones que alimentaron los peores vaticinios: el coste social del rescate de Portugal (un préstamo de 78.000 millones de euros), la naturaleza entre euroescéptica y eurófoba del Bloque y la CDU y la presión de la calle, sometida a un programa de austeridad y con una tasa de paro que alcanzó el 18%. Puede decirse, además, que la distancia emocional entre los socialistas, apenas recuperados del episodio de corrupción que salpicó al exprimer ministro José Sócrates (noviembre del 2014), y sus aliados en el Parlamento era bastante mayor que la que se da hoy entre el PSOE y Podemos.

A llegar a acuerdos se aplicó António Costa, exigido a un tiempo por la derecha descabalgada del poder y por la izquierda radical, defensora de un programa social sin espera posible. Mário Centeno, ministro de Economía, un socialdemócrata templado, fue el responsable de dar solución a la presunta cuadratura del círculo: atenerse a los requisitos impuestos por la troika en el momento del rescate -austeridad, recorte del gasto, saneamiento del sector bancario, etcétera- y, al mismo tiempo, parchear la crisis social. Sobrevolado todo por una deuda equivalente al 130% del PIB (unos 400.000 millones) y una prima de riesgo de alrededor de los 250 puntos.

Catarina Martins, del Bloque, y Jerónimo de Sousa, de la CDU, resultaron ser dos socios realistas. A cambio de renunciar a un programa maximalista de izquierdas aceptaron otro de medidas concretas y viables: recuperación del salario de los funcionarios, subida de las pensiones, restitución de beneficios perdidos por la clase media y bajada de los impuestos, todo lo cual obligó a una contención rigurosa del gasto en aquellas partidas consideradas no esenciales. La desconfianza europea cedió.

Así, anuló la privatización de la TAP, la línea aérea portuguesa de bandera, y la de las redes de transporte público de Lisboa y Oporto, pero al mismo tiempo redujo el déficit fiscal el 2%, el paro descendió hasta el 8,5% y saneó el sistema bancario.

Todo fue posible, según un editorialista, gracias a la suma de complicidades y a la capacidad del tándem Costa-Centeno de no alarmar a los mercados. Al relajarse las tensiones sociales con la recuperación económica, las voces más radicales bajaron el volumen y la elección en el 2016 de Marcelo Rebelo de Sousa, un conservador con gancho, moderó el disgusto de la derecha de noviembre del 2015. Por lo demás, los resultados desautorizan a los agoreros: la prima de riesgo, que en enero del 2012 llegó a superar los 1.100 puntos, cerró el viernes en 146 (muchos días de abril y mayo estuvo por debajo de los 110); las agencias de calificación han dejado de considerar bonos basura los títulos de deuda portugueses. «En suma, no se esperan turbulencias hasta el 2019, año electoral.