Fue toda una declaración de principios. "Soy un optimista antropológico". La hizo el presidente del Gobierno al filo de las diez de la noche, cuando hasta los adictos a los debates parlamentarios habrían optado ya por irse a cenar. Para los que se quedaron, no pasó desapercibida.

Fue la única frase de las miles que se pronunciaron ayer en el Hemiciclo que provocó la risa franca del lendakari, Juan José Ibarretxe, hasta entonces más circunspecto que entretenido en su escaño. La cara de póker era la mejor que podía poner, sentado como estaba entre diputados del PP, con dos asépticos escaños vacíos de por medio.

Ser optimista antropológico es como ser cristiano, pero en laico. La laicidad es un empeño en Zapatero. Confiar en la bondad de los hombres, además de un poco cándido, es una herencia de los enciclopedistas de la Revolución Francesa, que es de donde le viene al presidente su apego a los derechos de ciudadanía, aunque la ampliación a la que los está sometiendo habría espantado a los franceses del siglo XVIII.

Pero ayer hubo otro descubrimiento. El presidente es supersticioso, lo que no necesariamente es incompatible con ser laico. Demostró su superstición en la corbata: la misma que utilizó las dos ocasiones anteriores en las que tuvo a Ibarretxe frente a frente.

A la corbata talismán unió una frase que ya le dio suerte hace cinco años, cuando ganó el congreso socialista con un discurso que inició así: "Pues yo creo que no estamos tan mal". Ayer recurrió a esa otra forma de optimismo para asegurar que se puede intentar una salida al "conflicto" constitucional y consensuada.

Para responder a un Ibarretxe enfadado --llevaba seis horas el hombre escuchando que, de lo suyo, nada--, Zapatero optó por ponerse monacal. Unió sus manos en un gesto de rezo, aunque las desvió al frente en lugar de al cielo, y proclamó las virtudes de la democracia y del debate libre y plural. Ibarretxe no comulgó, pero Rajoy, que habló a continuación, vio la luz, porque proclamó: "He cambiado, me gusta el diálogo".