Podemos llega hoy a un punto de no retorno. En las filas moradas admiten que la crisis desatada con el chalet de lujo comprado por Pablo Iglesias e Irene Montero puede dejar a la formación en los huesos, sea cual sea el resultado del plebiscito al que ambos dirigentes han convocado a las bases, y que hoy concluye. Ante una moción de censura que puede poner fin al mandato de Mariano Rajoy y un horizonte electoral incierto, Podemos se mira a sí mismo en una fragilidad extrema que revela las debilidades estructurales de la fuerza morada.

El manejo del escándalo y, sobre todo, la decisión unilateral de convocar del plebiscito ha permitido que emerja ante la opinión pública lo que el partido vive como realidad desde Vistalegre 2: la constatación de que en Podemos no existe organicidad, un palabro que se refiere al funcionamiento correcto de los órganos que forman el partido. Iglesias y Montero ostentan un poder directo, personal, sin contrapesos orgánicos ni de las otras facciones.

La Comisión de Garantías elegida por las bases ha sido desmantelada. Un número significativo de las reuniones de la Ejectutiva -de mayoría pablista- no son presenciales y consisten en un mero intercambio de mensajes en un grupo de Telegram. El Consejo Ciudadano Estatal, también controlado por el oficialismo, se limita a ratificar lo propuesto por la dirección y desde hace tiempo la única crítica que se escucha es la de la representante de los círculos. Los errejonistas fueron silenciados y expulsados de la sede. Entre los anticapitalistas solo alzan la voz dirigentes que tienen poder ejecutivo, caso del alcalde de Cádiz.

Los militantes se enfrentan a una tensión entre lo racional y lo emocional. Esa ecuación suele resolverse con una abstención amplia. Sin embargo, entre el podemismo circula que las votaciones están siendo masivas. Esto, advierte un diputado, podría ser voto de castigo, pero también es cierto que Iglesias jamás ha perdido un plebiscito.