Unidos Podemos prepara para el 2019 campañas personalizadas que pongan el foco en el cabeza de lista y dejen en un segundo plano la marca de la coalición. Tras estudiar los análisis del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y múltiples encuestas internas, las direcciones de ambas fuerzas apuestan por ordenar la contienda en torno a los líderes territoriales y esconder el nombre de su andadura juntos.

Podemos e IU están aún en plenas negociaciones, pero cada vez parece más claro que no habrá una nueva designación unitaria, sino que cada autonomía tendrá posibilidad de plantear bajo qué marca concurre. Las direcciones dan por hecho que en la mayoría de casos llamarse Unidos Podemos sería contraproducente para lograr sus objetivos: retener las plazas conquistadas en el 2015 y sumar la Comunidad de Madrid.

Las cúpulas entienden que lo más efectivo es que los candidatos se alejen de la identificación partidaria y traten de crear vínculos representativos o afectivos con los ciudadanos. En un contexto de profunda desmovilización de su electorado, buscan más ofrecer imagen de solvencia que replegarse en dogmas identitarios.

Podemos defiende que, al margen de la erosión que pueda sufrir su marca, cuenta con perfiles especialmente potentes que ya han construido un nombre propio diferenciado de las banderas del partido. Teresa Rodríguez en Andalucía, Íñigo Errejón en la Comunidad de Madrid, o eventualmente una figura del prestigio del juez Juan Pedro Yllanes en Baleares tendrían peso específico suficiente para soslayar el paraguas de Unidos Podemos y buscar marcas alternativas. Ya está registrada Marea Andaluza en el Ministerio del Interior y todas las miradas están puestas en qué nombre elegirá Errejón para concurrir en el 2019.

Hace tres años Podemos e IU se presentaron por separado a las elecciones autonómicas y solo han concurrido juntos a las elecciones del 26-J, en las que como coalición perdieron un millón de votantes respecto de las del 20-D.

Fuentes de la federación de izquierdas insisten en que antes del pacto de los botellines que sellaron Iglesias y Garzón, Podemos ya había perdido unos 750.000 electores, de modo que rechazan ser la causa de la fuga.