De llanto a llanto. De la mayor desgracia de su vida a la mayor felicidad de su historial. De la desesperación de salir del partido soñado durante décadas a dirigir, desde la banda, los últimos minutos de su selección camino de la gloria. Nadie sabe si esta conquista servirá para que Cristiano Ronaldo gane el Balón de Oro, pero no hay duda de que, lesionado y todo, fuera de la segunda gran final de su vida (la primera la perdió, en 2004, en Lisboa, ante Grecia, formando pareja con Luis Figo cuando tenía 19 años), abandonando el terreno de juego en camilla y entre lágrimas a los 22 minutos de juego, tirando, sin desprecio, solo con dolor, con mucho dolor, el brazalete de capitán al césped, CR7 fue el gran protagonista de la final del Europeo... hasta que apareció un tipo llamado Eder, que había metido ocho míseros goles en toda la temporada, para meter a Portugal, a todo un país, en la historia del fútbol.

La final que debía significar la consagración de Cristiano Ronaldo ante cientos de millones de telespectadores se convirtió en un auténtico drama cuando, a los 17minutos, el francés Payet impactó con su rodilla derecha en la rodilla izquierda de la estrella portuguesa. CR7 trató de recuperarse, trató de sobreponerse al dolor y a las lágrimas, a la desilusión y al desencanto que le producía tanto dolor. Se fue a la banda, le protegieron la rodilla, volvió al campo, pero estaba roto, lesionado, herido, desesperado. Y fue entonces (minuto 22 y 56 segundos de juego) cuando se tiró sobre el césped, rompió a llorar desesperadamente y lanzó el brazalete sobre el terreno de juego, que luego recogió con mimo.

Entraron las asistencias y CR7 seguía llorando. Lo retiraron en camilla y CR7 continuaba derramando lágrimas. Y no solo todo el estadio, no solo los 80.000 espectadores le ovacionaron, también Didier Deschamps, el seleccionador francés, se acercó a la camilla y trató de animar a Cristiano, que dejaba solos a sus compatriotas en el partido soñado por él. Había sido campeón de clubs con el Madrid y quería serlo, lo fue, con su selección.

No volvió al campo.

Se quedó en el vestuario atendido por su médico personal, José Carlos Noronha, pese a que dijeron que algunos anunciaron que se lo habían llevado a un hospital. Se duchó, se vistió con ropa deportiva y se colocó una rodillera en su pierna izquierda y, finalizados los 90 minutos, regresó al banquillo.

Y, entonces sí, entonces volvió a aparecer el CR7 protagonista, activador, campeón, robándole todo el protagonismo al seleccionador mágico, Fernando Santos, que dejó su equipo en manos de la estrella, al que ni siquiera el cuarto árbitro se atrevió a decirle, a pedirle, a exigirle, que no podía hacer lo que estaba haciendo: dirigir al futuro campeón desde la banda.