No apto para todos los toreros que pueblan el escalafón, saltó un viejales de Lagunajanda, grandón, con la cara por las nubes, un tipo de toro que los toreros llaman chivato.

Enseñoreándose del ruedo nada más aparecer por el hueco negro del toril inspeccionó el garito yendo de aquí para allá, a oleadas, fichando al personal, quedándose con sus caras.

Antes de acudir al caballo montado por Óscar Bernal había apuestas de si lo echaría al tendido tras el impacto o si se achantaría buscándole las vueltas al jaco. Fue lo primero y Bernal lo bordó en dos puyazos cabales.

Era un toro para apostar y Garrido le plantó cara con autoridad bajándole la mano lo máximo que el toro admitía en los terrenos de afuera. En esa batalla estaban cuando el matusalén astado le tiró el derrote, derribándolo y perforándole el gemelo.

Antes de pasar a la enfermería, con el público enardecido, dejó una estocada que le valió una oreja. A veces, la emoción es mucho mejor que la perfección y si salieran toros así con más frecuencia, las plazas se llenarían más y el escalafón se reduciría a menos de la mitad.

En esa criba entraría sin duda Garrido, que estuvo soberbio con un tercero desentendido de todo, cobardón, nada concernido con la lidia. Primero le bajó los humos, siempre todo por abajo hasta que se hizo con él en un perfecto dictado de autoridad que el toro asumió como una derrota hasta quedarse en nada. Imperial Garrido.

EN LA ENFERMERÍA

Al término del festejo, el equipo médico todavía estaba interviniéndole en la enfermería de la plaza de toros. Las noticias que se filtraban hablaban de una cornada en el gemelo.

El destino también quiso que el subalterno José María Amores se librara tras perder pie y quedar a merced del toro. Y para no ser menos, Leo Valadez también fue volteado por el sexto, un toro muy protestado por feble al que nunca sometió a lo largo de una faena vulgarota pero que arrastraba el torrente de emociones vivido en el quinto. Como anduvo certero con la espada se le concedió una oreja... de aquellas.

El nuevo matador había desaprovechado un toro de lío gordo en primer lugar.

Mientras, Joselito Adame, sin opciones en su primero, tiró de toreo de cercanías y medios muletazos ante el 4º, un sobrero que se olvidó de su casta. Resultó agraciado con una oreja. El presidente sabrá por qué razón.

Una faena se compone de muletazos pero muchos muletazos juntos no siempre son sinónimo de faena.