La empresa de la plaza de toros de Zaragoza, arrastrada quizá por la euforia de ese reventón matinal en las vaquillas y después otro más en el concurso de recorte libre con toros, se embriagó del eslogan de la campaña publicitaria los pilares de la tauromaquia y se pasó de frenada con la popularización del espectáculo vespertino.

Una charanga se incrustó en el tendido acallando a la banda de música entre toro y toro. El rechazo de gran parte del público fue patente porque se quebró drásticamente la liturgia y se violó el rito. Ese del que tanto habla el empresario Simón Casas cuando se pone trascendental y místico aludiendo al perfil espiritual del toreo. ¿Dependiendo de la ocasión abanderamos un argumento y su contrario?

Pues no, hemos de declararnos partidarios del toreo como una disciplina que nace del corazón del torero y al del espectador viaja tamizada por el cedazo que cada artista utiliza como elemento transmisor.

Ante el toro salvaje, fiero, atacante, generador de emociones, surge la autenticidad. A partir de ahí, cada cual lo baila como sabe o puede.

Si el sino es el toro hueco, sin fondo de casta, acometividad, energías para mantenerse en pie al menos, el chiringuito se hunde. Cada paso que el zorro da, más se acerca a la peletería.

¿O quizá es que estamos en una transición en la que la feria está en trance de convertirse en un complemento de los festejos populares?

para popular, el fandi / Si hay un torero que conecta fácilmente con el público ese es el granadino. Ayer, ni eso. Sus dos faenas resultaron clonadas y sus lidias un completo automatismo que su cuadrilla desarrolla sin mirarse, con escuadra y cartabón, de acuerdo a una invariable planilla que no se altera por nada.

Las largas cambiadas de rodillas, el quite de rigor, el tercio de banderillas calcado cada vez. Ofú, fatiga hasta pensarlo.

En tal escenario, Curro Díaz no se vió. Cuidó a su primero en vez de cuidarse de él, o sea irrelevancia. Y con el otro brujuleó aquí y allá en ridícula persecución.

Viendo el casillero de Ureña (oreja y oreja) pareciera que lo bordó. Quiá.

Ante la burra inmóvil de su primer acto acabó encimista en exceso. La estocada fue la oreja.

La peña, ávida de aplaudir algo encontró excusa en el nuevo arrimón del murciano que concluyó con un topetazo al entrar a matar. Su punto de dramatismo caló arriba y el palco acató el mandato popular. Y es que hasta en un estanque pútrido puede florecer una flor de loto.