«Hay tanta gente que me vuelvo ciega porque no sé dónde mirar». La frase es de una turista belga que estaba de visita en la ciudad durante las Fiestas el Pilar mientras caminaba por el paseo de la Independencia. La realidad es que una buena manera de orientarse, cuando la cantidad de gente le haga casi perder el Norte, pueden ser los olores. Y es que las gastronomía es una de las principales atracciones de estas fiestas y presenta, más allá de la carpa Aragón, tres puntos neurálgicos: las casas regionales en la plaza Aragón, la Muestra Aragonesa en Echegaray y Caballero y el Ebro Food de food trucks junto a la plaza Europa.

Unas bombillas abren el paseo del Ebro Food (este año más cercano al río que las últimas fiestas) en el que el visitante se da de bruces al entrar con los huevos estrellados de gallinas felices. Es solo la primera de las veinte camionetas que se han vuelto a instalar en la ribera y que conforman una oferta gastronómica de muchos quilates. Y es que, junto al gran comedor instalado al aire libre y una carpa con un escenario por el que cada noche van pasando diferentes grupos aragoneses, el visitante puede, en apenas 100 metros catar una crepe (con opción vegana), una piragüa (coge el nombre por la forma del pan), un hot dog (que dependiendo la parte del mundo puede tener queso o chucrut, por ejemplo), una hamburguesa japonesa, burritos, una mañopizza, bocadillos siempre con champiñones en su interior o un buen vino en la camioneta destinada exclusivamente para eso. En total, son 20 las camionetas que surcan la ribera y abrazan la carpa de conciertos.

No hay que salirse del curso del río para seguir los siguientes olores, los que llevan directamente, en la parte trasera del Pilar, a la Muestra Aragonesa. Aquí, en un primer espacio, uno puede comprar desde un queso de cabra (oloroso y sabroso como mandan los cánones) hasta diferentes preñaos o gominolas antes de que El baúl de l’agüela marque la inflexión de las brasas.

A partir de ahí, con un comedor bien dispuesto y anunciado por decenas de cachirulos tanto rojos como morados, es el tiempo del chorizo, la morcilla, la longaniza... y de todo producto que se saque del cerdo que uno puede ver cómo se cocina a la vista de todos los paseantes. Tampoco faltan las tradicionales patatas asadas o, en su defecto, las fritas con sus salsas. Suele ser un reducto de los turistas y de gente de mediana edad que acuden al olor de las brasas.

CASAS REGIONALES / Pero, aunque la aparición de estos nuevos espacios ha diversificado la atención, el tradicional es el de las casas regionales que, un año más (aunque ha tenido que abrir con un día de retraso por la tardanza en que se les concediera el permiso), sin la Casa catalana, eso sí, ha ocupado las dos aceras de la plaza Aragón.

Y ahí sí que se dispara el baúl de los olores en pleno centro de la ciudad. Y es que tienen que convivir las patatas al cabrales y los chorizos a la sidra con las papas con mojo picón, con el jamón de bellota extremeño y con las anchoas cántabras en un lugar de la plaza mientras que en el otro, el visitante puede detenerse en Teruel o viajar hasta Andalucía con el salmorejo cordobés, entre otros muchos productos, o a la Comunidad Valenciana con su horchata, sus fartones y su paella.

Cae la noche, es un día laborable, pero la gente empieza a ocupar los lugares para comer. Todavía se puede estar con un punto de tranquilidad y hasta tener casi un camarero por persona pero la calma pronto se va a acabar. En la ribera del Ebro, también se acerca la hora de cenar, el sol se esconde entre las casas y la gente empieza a acudir más en masa a la llamada de los sabores.

La capital aragonesa, durante diez días, se convierte en un atractivo bazar de olores. Hasta el próximo domingo, mañana y tarde, los tres espacios gastronómicos funcionarán a pleno rendimiento desde la hora del vermú hasta poco después de la medianoche.