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La feria del Pilar está deslizándose por una peligrosa pendiente, un sindiós que afecta a los corrales (consecuencia de la elección del género en el campo), al palco y, por qué no, a los tendidos.

Esta plaza, carente por completo de identidad, irreconocible e indefinible hasta por el más avezado y voluntarista observador ha visto saltar al ruedo durante los últimos días toros con seis años menos unos pocos días (el primero de La Quinta, el 2º y el 4º de Victoriano del Río) y a su par, ayer, cuatro toros con los cuatro años reglamentarios cumplidos hace tan solo unos días.

Dos extremos tan distantes que chirrían pero, por encima de todo, muestran el termómetro de un muestrario que, digamos, no proyecta un especial celo de la organización en ese capítulo.

Luego está el toro en la plaza. Y la corrida no comienza a las 18.00 horas, lo hace por la mañana cuando la autoridad firma las actas de aprobación de las reses.

¿Cuál es el criterio? porque habiendo cuatro presidentes distintos y alguno con asesor áulico y plena libertad de movimiento...

El público también se lleva su parte aplaudiendo a diario a picadores por no picar; o los dos desarmes ayer de Ginés; al corralero por llevar a chiqueros al toro devuelto; pidiendo (y concediendo) la vuelta al ruedo a toros que no lo merecen o porque la dichosa montera cae así o asá. Pena de plaza.

Tal que salta un cinqueño como el primero de ayer que, sin ser el prototipo del toro bravo sí que resultó repetidor, enclasado y con gran fondo de nobleza --a pesar de tener la mano izquierda evidentemente lastimada-- y aquello parece un maná entre tanta vulgaridad.

Ese presentimiento auguraba cosas buenas. Perera se fue al centro del ruedo para recibir cambiando por la espalda. Bueno.

Después muñequeó con la derecha las embestidas parsimoniosas del toro que planeaba como un carretón. La criatura, un bendito, aceptó todos los pases de Perera sin rechistar y la sensación que quedó, al final, es que el de La Palmosilla puso más que el torero en una pelea desigual en la que la oreja pudiera considerarse excesivo premio pues, con semejante material, a la segunda serie la plaza debería de haber estado como un manicomio. Y no. Ergo ganó el toro.

El cuarto fue un mansazo fugitivo que llevó a Perera cómicamente de aquí para allá para nada. Igual que el sobrero de La Palmosilla (2º bis), otro buey que desbordó a José Garrido, que no encontró nunca ni terrenos ni la forma de meter en la muleta al cobarde de tal guisa que, además, resultó volteado.

En ese limbo se halló ayer un insólito Garrido, muy por debajo de su nivel habitual.

Entretanto, Ginés Marín puso el compromiso, la entrega, la frescura, la cabeza y los pelés ante el primero, otro boyazo. Al sexto le arreó por el izquierdo un par de muletazos leeeeentos, lentos. Ofú.

Dos series le duró hasta que aquello fundió a negro pero bastó para ver su dimensión de torero. No decepcionó.

Hoy, movimiento de corrales y figuras. Praparen sus patillas en hacha y su gintonic. Hay que dejarse ver. ¿Lo del ruedo? Qué más da. H