La acera derecha apenas deja de ser un montón de cabezas y un murmullo constante, la fila es fluida pero bastante más lenta que la de la acera izquierda donde se puede andar cómodamente. La elección irracional del ser humano es inexplicable. Solo así se puede comprender que el paseo Independencia bulla y por la calzada, cortada al tráfico, no camine casi nadie. Una mujer descansa junto a su batería esperando que le toque el turno de hacer resonar las cajas de melodías a su grupo. Desde el suelo, echa un vistazo al teatro del birlibirloque que, situado enfrente, congrega la atención de buena parte de los paseantes. Parece una buena metáfora de las fiestas. Ocho días son muchos pero parecen pocos para la gente que no quiere desaprovechar ni un minuto de los que quedan.

A unos metros de este peculiar teatro, su público tiene casi que pelear el sitio con los que se concentran a ver las acrobacias imposibles de cuatro bailarines de break dance. Enfrente, unos altavoces tratan de competir con música sudamericana a todo volumen sin mucho éxito. El mismo, más bien escaso, que tienen los estands que venden escudos del Fútbol Club Barcelona o el Real Madrid con su nombre. Cuando se consigue llegar al fondo del paseo, un grupo de capoeira demuestra las habilidades de las artes marciales. Enfrente, en el Palacio de Sástago, un escenario negro juega con la incertidumbre para atraer a la gente. Lo cierto es que si algo se echa de menos después de tantos años de fiesta es quizá la novedad. Hasta los globos se han quedado algo estancados en el Bob Esponja y Peppa Pig aunque se hayan añadido algunas caras nuevas.

Un río de gente invade las vías del tranvía en su camino hacia la calle con más ajetreo de todas las fiestas. De las ofrendas solo quedan las vallas que imponían un poco de orden en la calle Alfonso... aunque la cantidad de gente que puebla dificulta incluso ver a los músicos que sacan sus violines a la calle una vez al año para recoger algunas monedas o a los mimos. Aunque su presencia esté en decadencia si lo comparamos con otros años. En estos pilares, en toda la calle apenas se pueden ver dos y alguno no todo lo quieto que reclamaría el más purista del género. Quizá por eso es el top manta el que ocupa la mayor parte de una calle que se mueve por oleadas de tres filas, una en cada lado y otra por el centro.

Raro es el desorden caótico por la calle ya que, más bien que mal se respeta el orden. Lo que tampoco parece muy habitual es la relación entre exponerse en la calle y conseguir mucho dinero. Un rápido vistazo a las gorras en la tarde de ayer no parecía señalar mucha ganancia.

Al fondo no se ve, pero se intuye que el remolino de gente con los móviles en alto no es casualidad. Y es que la Virgen del Pilar con su manto de toneladas de flores sigue siendo la gran atracción, días después de la ofrenda, y probablemente lo seguirá siendo hasta que se decida desmontar la estructura. Se hace de noche, y Mickey y el Pato Donald se quedan sin su público más fiel, los más pequeños, así que deciden desmontar su infraestructura de hacer figuras con los globos y ya piensan en mañana.

La actividad crece en Independencia, nadie parece querer perderse los últimos suspiros de aire del fin de semana que acabará con las fiestas de este año. Las castañeras atraen a los clientes más nostálgicos mientras los abrigos empiezan a poblar los cuerpos.

«Mañana será otro día», piensan casi todos a última hora. Probablemente «similar al de hoy» en cuanto a la masificación de la gente pero será un punto y final, quizá seguido. El lunes, la gente volverá a sus trabajos, las caras ya no serán las mismas y no habrá casi rastro de música en la calles. Mientras tanto, los zaragozanos lo tienen claro, las fiestas se viven en la calle hasta el último momento. H