La corrida celebrada ayer en el coso de La Misericordia respondió al guion preescrito que el público que abarrotaba el coso había determinado que debía suceder. Sí o sí.

Peña que quizá solo adquiere una entrada y es la de ayer y dice: «tate, el saco de orejas que para eso las he pagado».

Así que no se repara en la presencia de los toros; ni en la ausencia de la suerte de varas; ni en que el subalterno Juan José Trujillo actúe lesionado aunque no pueda ni desplazarse por el ruedo... Un poner.

Los espectadores menos afortunados, los que estaban en la última fila de grada por ejemplo, contorsionistas avezados en pos de un ángulo visual aprovechable, quizá no repararon en que la corrida --cinqueña-- se enlotó con tres negritos más escurridos y despegados del suelo y tres coloraos más cuajados y de patas más cortas. De tal modo que los dos que le cupieron en suerte a Roca Rey se llamaban igual: Tortolito.

Qué más da, cabalgando la ola del triunfalismo, lo normal lo elevamos a bueno y lo bueno a sublime.

Tal que así, estando a gran nivel, la de ayer no fue la mejor versión de Talavante en esta plaza. Empero, sería de necios negar que ante el quinto con la izquierda, esa mano tonta que se le desmaya y muñequea para vaciar allá, tuvo momentos de gran belleza.

Había iniciado la faena de rodillas con momentos de mucho ajuste hasta sacar al toro a los medios. Allí se desencajó, relajó la figura mientras el toro se encogía por momentos y escarbaba. La cosa terminó en tablas con el animal rajado.

Para entonces, el talavantismo ya se había desatado y tras la estocada cayeron las dos orejas. Otra más cortaría en su primero, un toro que de puro almíbar acabó en un tran tran cansino, en derredor del torero. Sin cuernos pareciera un animal de compañía.

Espoleado y dispuesto a no dejarse ganar la pelea, Roca Rey se dejó crudos los dos toros. Al primero le bajó tanto la mano, lo sometió tanto, que el toro se acobardó y acabó pidiendo auxilio en tablas.

Más deslavazada resultó la lidia del sexto, preñada de enganchones y falta de ligazón. Como las espadas viajaron con precisión y efectividad, hubo orejas.

Castella sorteó el toro más vivo, el primero. Hubo gobierno en una muleta poderosa que obligó mucho al toro antes de que el francés achicara terrenos.

En el cuarto, tras un comienzo esperanzador, fue amontonando muletazos sin un argumento definido, ni ligazón, ni estructura, hasta que el propio público le pidió que abreviara.