Hacienda que la ha obligado a venderse su chalet en Boadilla del Monte -afortunadamente, a dos buenos amigos, Mario Vaquerizo y Alaska- y dos apartamentos en Málaga. Ahora vive de alquiler en un buen barrio de Madrid y espera que la industria del espectáculo tenga a bien acordarse de ella, algo que no sucede con excesiva frecuencia y que afecta a las actrices de todo el mundo cuando han superado la cincuentena, con la excepción de Meryl Streep, Helen Mirren, Judi Dench y pocas más. Su condición de transexual, intuyo, tampoco obra a su favor, y para muchos, Bibiana es, a lo sumo, un icono de la Transición venido a menos, aunque tanto en su faceta interpretativa como en la de presentadora de televisión haya cumplido muy dignamente.

Bibiana no ha tenido una vida fácil. Nacida en Tánger en 1954 con el nombre de Manuel Fernández, es hija de un taxista malagueño que, según cuenta la leyenda, era un perla al que su hijo Manolo tenía que ir a recoger a bares y puticlubs con excesiva frecuencia, dándole tiempo a observar a distancia a cabareteras y pelanduscas que solo contribuían a incrementar la confusión sobre su identidad sexual. Ella asegura que tuvo muy claro desde pequeña que la naturaleza le había gastado una mala pasada al encerrarla en un cuerpo masculino y que el orden natural de las cosas debía ser restituido a la mayor brevedad posible. Actividad a la que se entregó por fases.

Rutilante alias

A mediados de los años setenta, aterrizó en Barcelona, donde trabajó en locales nocturnos bajo el rutilante alias de Bibi Andersen, que se le había ocurrido a un empresario conocido. En esos tiempos era un travestido o, a lo sumo, un transexual pre-operado, pero tuvo la suerte de que Vicente Aranda se interesara por ella para su película 'Cambio de sexo' (1976), donde compartía cartel con una jovencísima Victoria Abril. Su propio cambio de sexo -o proceso de reasignación sexual- no tuvo lugar hasta principios de los noventa, obteniendo en 1994 el DNI que la presentaba al mundo como una mujer llamada Bibiana Fernández. Yo la conocí a principios de los ochenta -creo que me la presentó Santiago Auserón-, cuando estaba a media construcción y recuerdo de ella que me pareció una mujer muy agradable con las manos muy grandes y cierta voz de cazalla. En esa época, empezaba a ser conocida en ambientes moderniquis y no tardaría demasiado en trabajar a las órdenes de Pedro Almodóvar en algunas películas.

También probó suerte en el mundo de la música cuando aún se llamaba Bibi Andersen y su voz sonaba ligeramente masculina. Si no me equivoco, solo grabó un elepé, aunque uno de sus temas es desde hace años la sintonía de un célebre programa de televisión que tiene el mismo título que la canción, 'Sálvame'. Como presentadora televisiva, recuerdo que formó una extraña pareja con Carlos Herrera en un espacio que no duró demasiado. Echando un vistazo general a su carrera, puede decirse que las cosas no le han ido mal. Con las cartas que le había dado la vida, Bibiana podría haber acabado tan mal como la Veneno, lo cual nos lleva a la conclusión de que la actriz debe tener la cabeza mucho mejor amueblada que el difunto y trágico esperpento que tanto hizo por Pepe Navarro en sus paseos por el Misisipi.

No le ha ido mal: con las cartas que le había dado la vida podría haber acabado como la Veneno

La España de la Transición podría haber convertido a Bibiana en un friki, en la versión transexual de Susana Estrada, pero ella no se dejó. Tenía varios frentes abiertos: convertirse en la mujer que quería ser, escapar a la condición de bicho raro para el entretenimiento de morbosos desocupados y construirse una carrera. Yo diría que salió airosa de todos los retos.

Vivir de alquiler es algo que nos pasa a muchos, pero no todos podemos volver cuando queramos a la mansión de nuestros sueños -que nunca tuvimos, por otra parte- porque los nuevos propietarios son amigos del alma.