Boris Izaguirre (Caracas, 1965) disfruta de su último libro, Tiempo de tormentas (Planeta). Él, que siempre ha dicho que los escritores son muy mentirosos, vierte una lluvia de verdad en esta autobiografía novelada cuya intensidad no escampa.

-El libro comienza con el funeral de su madre, la bailarina Belén Lobo. A partir de ahí, ¿está toda su verdad?

-Mi madre luchó para que yo no me mintiera ni aceptara el armario. Ella insistió en que fuera libre, en que fuera yo mismo, a pesar de las consecuencias. Por eso tenía que escribir esa relación. Porque siento que los cambios que ahora disfrutamos y por los que seguimos luchando se deben al esfuerzo y a la mente de gente como mi mamá.

-¿Siente que ha logrado cerrar aquellos círculos que su dislexia le impedía cerrar bien?

-No, esos círculos no, porque sigo siendo torpe. Para mi mamá y para mí era un recuerdo muy doloroso, algo terrible, una gran frustración. Pero también nos unió. Y esa fue nuestra fuerza. No creo que mi madre esté ausente porque haya muerto. Está presente de alguna forma y eso me da mucha fuerza. Esos recuerdos que atesoro de ella los he compartido ahora con mis lectores. Desde luego, era importante para explicar quién soy saber de mis padres, de lo que hicimos, de lo que peleamos, de lo que nos costó, de todo lo que me dieron.

-El capítulo en el que describe la violación que sufrió en grupo a los 13 años ha sorprendido, pero ¿no cree que todo el libro puede leerse como un tratado contra la homofobia?

-Sí. Y es mucho más importante esa llamada de atención contra la represión, hacia lo impune que ha sido el machismo en su agresión hacia otras sexualidades, que el hecho aislado que me sucedió. Entiendo que de entrada llame la atención, pero la novela continúa, llega más lejos.

-«Vi violado también mi país por el golpe de Chávez en el 92», escribe. ¿Cuál es el futuro de Venezuela?

-No soy brujo, por más que vaticinara que el incidente entre nuestras reinas terminaría con una foto de todos sonriendo. Venezuela es víctima de sí misma. Es un país que jamás ha entendido lo que es la responsabilidad. El petróleo nos ha educado mal. Creemos que todo lo puede pagar, incluso nuestras equivocaciones.

-Narra su llegada a España y cómo conoció a su marido, Rubén Nogueira. Es ejemplar la forma en que usted buscó los focos y cómo él quiso permanecer en la sombra.

-Fue lo primero que me pidió. «Yo no quiero ser famoso. No me expongas, no me pidas que salga en la foto», me dijo. He intentado respetarlo porque creo que es algo muy importante en nuestra relación. Yo soy muy feliz con él, y creo que él también, y una de las cosas que garantiza esa felicidad es el respeto.

-Relata también su relación con Terenci Moix. ¿Tuvo él mucho que ver en que usted sea hoy un escritor y no de telenovelas?

-Terenci me enseñó que no hacía falta actuar como escritor para escribir. Lo que hacía falta era tener la curiosidad más insaciable del mundo, pero con un cierto orden, con un poco de disciplina. Y creo que él veía en mí que tenía eso dentro, la inquietud, la vocación y la predisposición a explorar casi todo. Terenci me propuso que escribiera un texto sobre superhéroes, pero también heroínas, para El País Semanal. Siempre me decía: «Defiendes muy bien lo femenino, chico». Y también me dijo esa frase que aparece en el libro: «Tienes toda la vida para ser escritor, pero solo una vez para ser una estrella».