En la vida de Amy Winehouse hubo dos Blakes, uno malo y otro bueno. Del malo, Blake Fielder-Civil, ya conocemos su historia y la relación tóxica que mantuvo la cantante británica con él: fue su marido y su peor pesadilla, el hombre que entraba y salía de la cárcel, quien la metió en la droga y la dejó tirada como una colilla. Probablemente, el hombre que más daño le hizo después de su padre, Mitch Winehouse, que exprimió la fama de su hija y que prefería verla subir borracha a un escenario en lugar de ingresarla en un centro. Y si no, ahí está el excelente documental Amy para demostrar cómo fueron las cosas. Un colapso por su adicción al alcohol y las drogas se llevaría a Amy en el 2011 ingresando en el famoso club de los famosos que dejan un bonito cadáver a los 27: ya saben, como pasó con Jim Morrison, Janis Joplin y Jimi Hendrix.

Hoy nos fijamos en el estadounidense Blake Wood, que conoció a Amy en el 2008, el año en que la intéprete tocaba el cielo y se hundía. Recién llegado a Londres dispuesto a sacar fotos de gente famosa, Blake tenía entonces 22 años y ella 24. Los presentó en Londres una amiga común en enero durante una fiesta, poco antes de que Amy fuese nominada a aquellos premios Grammys en los que arrasó con su álbum Back to black al ganar cinco estatuillas y pasar por delante de artistas como Beyoncé, Foo Fighters, Rihanna y Jay-Z y Justin Timberlake.

ESTRECHA AMISTAD / Ella vio claro el talento de Wood como fotógrafo antes de que él mismo fuese consciente de él. Entre ambos nació una estrecha amistad tras una breve relación sentimental que la sacó un tiempo de la estela de destrucción de Fielder-Civil y que los haría inseparables durante dos años.

Aunque Amy ya empezaba a estar consumida por sus adicciones al alcohol, al crack y a la heroína, Blake Wood -que asegura que nunca ha consumido- no quiso dejar constancia en su cámara de la decadencia de su amiga ni inmortalizarla cuando iba puesta hasta arriba. De eso ya se encargaron los demás.

«Simplemente no tenía interés en tomar malas fotos de ella. ¿Por qué hacer una foto a alguien cuando está pasándolo fatal? A lo mejor hay gente que necesita ver más, pero por mi parte, ya tuve bastante», explica en una entrevista al diario británico The Guardian desde Nueva York, donde reside actualmente.

Wood acaba de publicar este agosto con la editorial Taschen Amy Winehouse, un libro con 85 imágenes -la mayoría inéditas hasta ahora-, en blanco y negro y color, en las que muestra la faceta más relajada e inocente de la intérprete de Rehab. Es la mirada cómplice de un amigo, algo que difícilmente percibimos cuando los paparazzi la cosían a flasazos frente a su casa, en el 30 de Camden Square, donde los fans aún dejan flores.

«Una de las razones por las que quería mostrar este material es porque quería cambiar el discurso que ha quedado de Amy. Existe la falsa idea de que todo fue malo durante esos años, y no siempre fue así. Esta no es la típica historia trágica que termina con la muerte de la protagonista. Hubo momentos increíblemente brillantes en medio de todo el caos y eso es lo que veo en estas imágenes», explica Wood. Del texto se ocupa la crítica de cultura pop Nancy Jo Sales.

Muchas imágenes corresponden a las largas vacaciones que pasó en la isla caribeña de Santa Lucía, alejada de las drogas, tomando el sol en la playas, montando a caballo y donde Wood la acompañó cuatro meses. En el libro, que cuesta 30 euros, también hay imágenes de la artista en París y Londres en el 2008 y el 2009, maquillándose, tocando la batería en su casa. Es una carta de amor a una amiga. «Un diario visual de nosotros dos en el tiempo cuando el mundo más la celebró, pero al mismo tiempo fue más incomprendida», concluye.