Alemania ha vuelto a ser golpeada por el terrorismo. Cuando este martes tres explosiones golpearon al autobús del Borussia Dortmund el país quedó paralizado. A pesar de la prudencia de las autoridades y de que en el ataque se emplearon unos métodos poco comunes con los radicales yihadistas, la sombra de un atentado volvió a planear sobre la potencia económica europea. Ahora, la investigación que apunta como autores a dos jóvenes radicalizados por Estado Islámico revela que Alemania está en el punto de mira de los extremistas.

La sensación de inseguridad es mayor. Según una encuesta realizada el pasado enero el 39% de los alemanes considera que el país no está bien protegido frente a los ataques terroristas. El gobierno ha tomado nota y ha endurecido su posición tanto dentro como fuera de sus fronteras. En su mensaje de fin de año la canciller Angela Merkel dejó claro su mensaje: “el terrorismo islamista es nuestra amenaza más seria”.

En el último año y medio el número de atentados en el continente se ha multiplicado, siendo especialmente severos los perpetrados en tres capitales como Berlín, Londres y Estocolmo. El 19 de diciembre la capital alemana sufrió el primer gran atentado perpetrado en el país cuando Anis Amri, un joven tunecino en proceso de expulsión, estampó un camión contra un concurrido mercadillo navideño dejando 12 víctimas mortales y 48 heridos. La masacre trajo la firma del Estado Islámico.

Antes de ese golpe Alemania ya había vivido pequeños ataques perpetrados por los llamados 'lobos solitarios' como el acuchillamiento de una policía en manos de un radical a finales de 2015. Entre noviembre y diciembre, la policía tuvo que desalojar la estación central de trenes de Múnich y cancelar el partido de fútbol entre Alemania y Holanda tras destapar un plan para detonar el estadio. Eso impulsó que el febrero siguiente se llevara a cabo una fuerte operación policial antiterrorista por todo el país.

VERANO MARCADO POR EL TERROR

Después de unos meses en que Francia fue el principal foco de la ira yihadista debido a su participación militar en la lucha antiterrorista, el verano fue especialmente traumático para los alemanes. El calvario empezó el 18 de julio cuando un refugiado afgano de 17 años se lanzó con una hacha contra los pasajeros de un tren al grito de “Alá es grande”. Pocos días más tarde, el 24, un solicitante de asilo sirio al que se le había denegado el permiso se inmoló en un bar de la ciudad de Ansbach dejando a 15 personas heridas como "venganza contra Alemania por situarse en el camino del Islam”. Como en el caso de Dortmund, el autor de este ataque llevaba explosivos en una mochila junto a objetos metálicos que sirvieron de metralla.

Todos esos atentados, que coincidieron con asesinatos machistas y brotes psicóticos como la masacre de Múnich, atizaron el fuego de la inseguridad en un país que ha visto como cada uno de estos ataques daba alas a la ultraderecha islamófoba de Alternativa para Alemania (AfD).