Tres días de festival bajo los neones lisérgicos del Strip de Las Vegas, con los mejores nombres del country y licencia para bailar y beber hasta las tantas en la ciudad del pecado. «La cita nocturna perfecta», escribió el viernes la mujer del nadador Michael Phelps en Instagram, donde aparece abrazada junto a su marido y unos amigos.

O «una noche para recordar», en palabras de los Brothers Osborne, una de las bandas del cartel. Pero ese entusiasmo por la vida dejó paso al pánico, la sangre y los corazones rotos cuando Jason Aldean rockeaba sobre el escenario.

Poco después de las 10 de la noche, sus acordes quedaron enmudecidos por ráfagas de plomo que resonaron sin interrupción durante 10 minutos, convirtiendo a los 22.000 espectadores del Route 91 Harvest Festival en blancos indiscriminados del asesino del piso 32 del resort Mandalay.

«Estábamos todos bailando y pasándolo bien cuando, de repente, escuchamos todos esos disparos», le dijo a Las Vegas Sun Candace LaRosa, una de las supervivientes de la masacre. LaRosa huyó para refugiarse en el hotel Tropicana y de camino se dio cuenta de las dimensiones de la tragedia. No eran fuegos artificiales, como muchos pensaron inicialmente, sino una carnicería deliberada y a gran escala. «Había sangre por todas partes», explicó. Aldean tardó unos segundos en huir del escenario, pero cuando lo hizo comenzaron las carreras, el cuerpo a tierra y los gritos despavoridos.

«Estábamos en medio del público. Oímos un par de disparos y luego paró. De pronto, comenzaron de nuevo y la gente empezó a desplomarse», explicaba Corine Lomas, una mujer de 31 años que se tiró encima de su hermano veinteañero para protegerlo con su cuerpo. «Lo quiero a rabiar, a él le queda más vida que a mí». Ivetta Saldana se las ingenió para huir y esconderse en uno de los túneles del alcantarillado que flanquean el Strip. «Fue un espectáculo de horror. La gente estaba de pie y empezaron a caer», le contó al Review Journal.