«Soy un patriarca. Eso me siento», decía hace algunos días Silvio Berlusconi, el exprimer ministro italiano, a la revista de corazón Chi. Para luego añadir: «Nunca me he equivocado ni en política externa ni interna. Si he sido derrotado, no ha sido por culpa mía». Ya en la irrelevancia política, Berlusconi, el otrora Cavaliere -el título le fue quitado por una condena judicial-, llegó ayer a los 80 años enfermo, con el rostro demacrado y corregido por varias cirugías estéticas y abandonado por muchos de los que antaño fueron sus amigos y aliados.

«No habrá fiesta. Solo una cena con mis cinco hijos», añadió el multimillonario en la entrevista. «A lo largo de mi vida, jamás he pensado en mi edad. Al contrario. He vivido siempre como si tuviera 40 años y así es como me siento: lleno de curiosidad, con ganas de hacer cosas», explicó también. Hasta que la enfermedad llegó de improviso: primero fue un ataque cardiaco y en junio pasado la delicada operación de corazón abierto. «Entonces tomé una conciencia mayor de que soy un hombre de 80 años», aclaró.

Llegó a la política en 1994, con sus empresas a punto de quebrar y en medio del vacío político. Berlusconi ganó las elecciones ese año, pero pocos meses después tuvo que dimitir. Recuperó el poder en el 2001, cuando fue elegido para cumplir con su segundo mandato, que completó. Aprobó leyes que le beneficiaron personalmente, impidiendo el avance de los juicios contra él. Y se dijo víctima de los jueces y magistrados italianos, que lo investigaron empecinadamente, la mayoría de las veces sin éxito. Y fue reelegido, en el 2008.

Sus fiestas eróticas dieron la vuelta al mundo. Se divorció de su segunda esposa, Veronica Lario. Fue perdiendo amigos fuera y dentro de Italia, como Angelino Alfano, su exdelfín y hoy ministro de Matteo Renzi. «Pensándolo bien, no me viene a la cabeza ni un solo nombre de un amigo que tenga en política», dice. ¿Y arrepentimientos? Pocos: no haberse dedicado lo suficientemente al Milan, su club de fútbol. H