En La conjura contra América, Philip Roth realizó un ejercicio de historia alternativa en el que Charles Lindbergh se hacía con la presidencia de Estados Unidos y, en lugar de ir a la guerra contra la Alemania nazi, fomentaba un ambiente de odio hacia los judíos dentro de Estados Unidos, creando un dictado del miedo. La crítica definió aquella novela como "espeluznantemente plausible" y esas palabras cobran vigencia hoy.

Tras los atentados del 13-N en París, los aspirantes republicanos a lograr la nominación del partido conservador para las elecciones presidenciales del 2016 han multiplicado las declaraciones incendiarias que abonan una islamofobia más intensa todavía que la que se vivió tras los ataques del 11-S. La tragedia se politiza sin reparo y el mensaje, claramente radical, cala en muchos ciudadanos.

No es la primera vez que los republicanos ponen el foco en la seguridad nacional. De hecho, ese suele ser uno de los ejes centrales sobre los que los conservadores edifican la lucha contra los demócratas, aprovechando su supuesta debilidad. En esta campaña electoral insusual y sorprendente, no obstante, Donald Trump lidera las encuestas y marca el camino. Si desde que lanzó su candidatura había hecho de la retórica contra los inmigrantes un asunto central ahora Trump ha dado pie a una espiral demagógica en la que cada aspirante republicano parece más dispuesto que el otro a sumergirse en un discurso xenófobo y ultra.

REGISTRO DE MUSULMANES El propio Trump ha dejado la puerta abierta a establecer un registro en el que tendrían que apuntarse todos los musulmanes del país, ha hablado de la posibilidad de vigilar e incluso cerrar mezquitas y ha repetido varias veces que "miles de musulmanes en EEUU celebraron el 11-S", algo que se sabe falso. Ben Carson, otro de los outsiders que ya antes de París se había mostrado "en absoluto desacuerdo" con que un musulmán pueda ser presidente, ha hablado de "perros rabiosos" sin hacer demasiadas matizaciones explicando que se refería solo a los terroristas y no a todos los practicantes de la religión que profesan 1.600 millones de personas en el mundo. Y Marco Rubio ha dicho que no habría que cerrar solo mezquitas sino "cafés, restaurantes, sitios de internet o cualquier lugar donde se inspiran los radicales".

El senador de Florida ha sido quien ha usado la expresión "choque de civilizaciones", dando un paso firme en el intento republicano de definir la batalla contra el Estado Islámico en los términos más amplios posibles. Se alejan así de los repetidos esfuerzos del presidente Barack Obama --y hasta de George Bush tras el 11-S-- por recordar que "EEUU no está en guerra contra el Islam". Y atacan de esa manera a Hillary Clinton, favorita para la nominación demócrata, que asegura que se está en guerra solo "con los yihadistas radicales". "Sería como decir que no estamos en guerra con los nazis porque tenemos miedo de ofender a algunos alemanes que podían haber sido miembros del partido nazi pero no eran violentos ellos mismos", respondió Rubio en una desafortunada metáfora.

PRUEBAS DE ISLAMOFOBIA Grupos como el Consejo de Relaciones América-Islam (CAIR) han denunciado "el retorno a la retórica de los años 30" y se produce un goteo constante de informaciones sobre episodios islamófobos, desde amenazas y agresiones a musulmanes hasta ataques con balas o heces a mezquitas o pasajeros musulmanes echados de un vuelo.

Y las encuestas confirman también que el mensaje de odio cala. En una de Reuters realizada a principios de noviembre solo el 7,8% de los estadounidenses citaba el terrorismo como su primera preocupación pero para el martes el porcentaje se había disparado hasta el 27%, superando a la economía y el paro. En un sondeo en Iowa, el 30% de los votantes republicanos han dicho que el islam no debería ser legal en EEUU (y un 21% tiene dudas). Y Trump y el senador del Tea Party Ted Cruz, que ha declarado que "es el culmen de la demencia dar la bienvenida a decenas de miles de refugiados cuando sabemos que entre ellos habrá terroristas del Estado Islámico", suben como la espuma.